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La violación, una de las armas de guerra más terribles utilizadas en Siria

Cristina Gonzalez
Las agresiones sexuales a niñas y mujeres se han convertido en un instrumento para sembrar el terror durante el conflicto sirio. Se estima que alrededor de 50.000 mujeres han sido violadas desde el inicio de la guerra.

El año pasado, el trágico destino de una enfermera que vivía en Alepo conmocionó a los medios de comunicación y a los usuarios de Internet. La joven prefirió suicidarse antes que permitir que varios soldados del régimen la violasen. Así lo contó en una carta difundida por algunos medios, como el Daily Mail. Su autora, quien no ha sido identificada, describió la situación que estaban viviendo en la ciudad como un infierno. “Me suicido porque no quiero ver cómo varios miembros del régimen de Assad saborean violarme mientras que ayer tenían incluso miedo de la palabra ‘Alepo'”, escribía la enfermera.
Las agresiones sexuales se han convertido en un arma de guerra, aunque por desgracia, Siria no es el único país en el que esto ocurre. Este método, empleado para someter, debilitar, humillar y propagar el terror, ha sido duramente criticado después de grandes conflictos (Congo, Bosnia, Ruanda…) y calificado como crimen de guerra por la ONU. “Las violaciones cometidas en tiempos de guerra son con frecuencia sistemáticas y tienen como objetivo aterrorizar a la población, destrozar a las familias, destruir las comunidades y, en ocasiones, modificar la composición étnica de la próxima generación”, explican desde la organización.
Según contaba Abdel Karim Rihaui, presidente de la Liga Siria de los Derechos del Humanos, a Le Monde, son más de 50.000 las mujeres violadas en las prisiones de Bashar Al-Asad desde el comienzo de la revolución.

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“Me sentí aterrada y no pude oponerme”
Durante el 2013, la Red de Derechos Humanos Euro-Mediterránea publicó un informe sobre las violaciones en Siria en el que aparecían testimonios reales de mujeres que las habían sufrido, una información recogida y ampliada por el diario El Mundo.
Aída, una joven siria de 19 años, contaba cómo fue violada repetidas veces hasta perder la conciencia por tres soldados, justo antes de que pasaran a disposición judicial en Damasco: “La persona que me interrogaba me dejó en la sala y volvió con tres militares, los cuales se turnaron para abusar de mí. Intenté resistirme ferozmente al primero, pero cuando empezó el segundo, me sentí aterrada y no pude oponerme”, explicaba. “Cuando fue el turno del tercero me desmayé. Estaba sangrando todo el tiempo. Al acabar éste, caí al suelo. Diez minutos después, el médico de la prisión entró a la habitación, me llevó al baño y allí me dio una inyección para que pudiese ponerme erguida ante el juez”
“Los leales cogían a 10 o 15 jóvenes y niñas, las desnudaban y las ponían en corro”, contaban las mujeres que se atrevieron a dar su testimonio sobre lo ocurrido al diario. “Entre 50 o 60 soldados las forzaban a la vez, practicando sexo sin límites, incluyendo el oral y anal. […] Muchas eran asesinadas después y otras tantas desaparecieron. Pocas han podido o querido contarlo”.
A día de hoy los abusos persisten y gran parte de sus víctimas se niegan a romper el silencio. Varias ONG están luchando contra esta violación de los derechos humanos, como Amnistía Internacional, el Comité Internacional de Rescate, la Federación Internacional de Derechos Humanos, Human Rights Watch y las propias Naciones Unidas. En sus investigaciones declaran que se han encontrado con el silencio de las mujeres sirias, pues el temor y el miedo al rechazo por parte de su familia les impide muchas veces relatar lo sucedido.

Relatos de horror en las prisiones de Siria
El pasado agosto, Amnistía Internacional hizo público un abrumador informe titulado Rompe a un ser humano: tortura, enfermedad y muerte en las prisiones de Siria en el que se documentaron espeluznantes relatos de tortura y otros malos tratos en los centros de detenciones. Uno de ellos consistía en lo que frívolamente han bautizado como “fiesta de bienvenida”: cuando los civiles sirios llegaban a una prisión recibían palizas brutales, a menudo con barras de metal y cables eléctricos. Después, a las mujeres se les sometía a “chequeos de seguridad”, que consistían en violaciones y agresiones sexuales por parte de los guardias.
Una de las víctimas contó al diario El Mundo algunas de las prácticas a las que las sometían durante la violación. Una de ellas era la llamada “descarga de violación”, que consiste en propinar un impacto preciso en uno de los nervios del muslo de las mujeres, con el objetivo de paralizar las piernas y facilitar la violación. Una técnica habitualmente utilizada por la Inteligencia siria durante los interrogatorios, según los testimonios de las fuentes.
Kassem, un confidente del Ejército Libre Sirio (ELS) en Mouadamiah Al-Sham, relató en primera persona alguno de los sucesos más horribles a los que se tuvo que enfrentar. “Tras repeler el ataque de la Cuarta División del ejército en Mouadamiah, inspeccionamos los cadáveres. Encontramos dos sobres de Viagra y alrededor de 12 condones, además de un spray que sirve para retrasar el orgasmo, entre los bolsillos de un teniente muerto”, relataba a El Mundo.
Kassem también contó cómo en otra ocasión el ejército violó a una joven suní, la dispararon y la abandonaron después. “La dispararon, aunque no de muerte, y la dejaron tirada en la carretera en un cruce disputado entre el ELS y el régimen. Estaba desnuda y los francotiradores cubrían desde la distancia, esperando que alguien viniera a recogerla. Al menos 11 efectivos insurgentes fallecieron en la operación y al final no pudo ser rescatada”.
Todos estos testimonios son duros y difíciles de digerir, pero nos sirven para darnos cuenta del horror que están viviendo en Siria, concretamente el que viven miles de mujeres que se enfrentan cada día a las agresiones sexuales, que por desgracia se siguen utilizando como un instrumento intimidatorio y de humillación. Una auténtica violación de los Derechos Humanos.