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La ministra de Justicia y el machismo

Marta Flich 25/09/2018
La ministra de Justicia ha hecho comentarios machistas.

En esta nueva era de dosificar la información para controlar los tiempos del desmoronamiento de un cargo público, me es difícil tener todos los elementos de “juicio” sobre los audios revelados por el digital Moncloa.com.
No logramos tener una visión completa y contextualizada. En cualquier caso, es la ministra Dolores Delgado la que ha de argumentar y/o contraargumentar lo publicado. Entra dentro de unas responsabilidad que ningún Gobierno ejerció con tanta diligencia y celeridad como el actual.
Lo primero que extraigo es que el resto de partidos sienten que eso de dar explicaciones, o aceptar las consecuencias de sus faltas de integridad, no va con ellos. Ellos se declaran implícitamente díscolos de sus responsabilidad frente a los ciudadanos. O dicho de otra forma: los de la derecha no dimiten ni de coña. Faltaría más. Para ellos, asumir responsabilidades es ser débil. Tantos “estudios” para no haber aprendido nada. Ojalá algún máster de antropología.
Que caiga si ha de caer (…) Pero no porque alguien juzgue lo que mujeres como yo hemos tenido que hacer para sobrevivir en un mundo sólo de hombres
Volvamos al tema que nos ocupa.
Si la relación de la ministra con el comisario Villarejo fue o no profesional, ha de ser la propia ministra la que, obviamente, dé las explicaciones pertinentes, confirmando o desmintiendo la naturaleza de dicha relación.
Ahora bien, lo de los comentarios machistas me ha llegado al alma.
Contextualicemos: estamos hablando de 2009. Marisquería. Probablemente vino. Conversación desenfadada. Relajo. Ella ocupa un cargo relevante en ese momento (Fiscal en la Audiencia Nacional). La judicatura siempre se ha caracterizado, entre otras cosas, por ser un sector masculinizado. Hasta aquí entiendo que nada apelable.
En determinadas conversaciones era imprescindible integrarse en los códigos de conducta machista de determinados hombres
Yo no sé el resto de mujeres que están leyendo este artículo, pero para las que hemos trabajado en sectores masculinizados (yo he trabajado mínimo en dos de ellos en la empresa privada) es bastante habitual que coincida con que, además, sean sectores que tradicionalmente están salpicados con trazas de machismo. No es condición necesaria, ni suficiente. Pero lo cierto es que en la mayoría de los casos, y hasta no hace mucho, se daba este fenómeno.
Las mujeres que hemos ostentado cargos de responsabilidad, hemos tenido que practicar un funambulismo cuanto menos curioso para cohabitar con actitudes machistas en lo profesional. Hoy en día, el feminismo se puede concebir como algo evidente o sencillo, afortunadamente. Pero hace no tantos años no era así: o adoptabas roles masculinos en determinadas reuniones, o estabas “fuera”. Esto se hacía evidente sobre todo en conversaciones privadas donde, en mi caso, era habitual mimetizarme en forma y a veces en contenido. En dichas conversaciones era imprescindible integrarse en los códigos de conducta machista de determinados hombres. Nunca voy a generalizar. Pero estamos hablando de algo muy concreto y que sucedía.
He tenido que asistir a comidas con proveedores o clientes en las que el postre era llevarles a un club de alterne a “tomar la última”. Yo les acompañaba al taxi. Esas comidas, en no pocas ocasiones, transcurrían en unos términos de dudoso gusto.
Las relaciones sociales formaban parte de un trabajo por el que me pagaban. Yo sabía que mi actitud acababa en cuanto pagaba la cuenta. Hasta ahí lo que justificaba mi sueldo. Reconozco que hasta adoptaba un vocabulario de colegueo que, fuera de aquel mantel, hubiera sido inadmisible. Pero el hecho es que estábamos allí y no en ningún otro lugar.
Llegaba a casa y pensaba. “Joder qué puta mierda de gente”. Pero formaba parte de mi trabajo.
Hoy día no creo que hubiera accedido a ello. Ni por edad cronológica ni por mi edad en experiencia. Ni por los avances del feminismo, que son cruciales y han llegado para mejorar nuestra higiene mental. El feminismo, afortunadamente, se ha abierto paso en muchos ámbitos aunque normalizado, desafortunadamente, en algunos menos. En ello seguimos. Quiero detenerme a repetir: sector masculinizado no equivale siempre a sector machista.
He tenido que asistir a comidas con proveedores o clientes en las que el postre era llevarles a un club de alterne a “tomar la última”
Creo que la ministra tampoco hubiera repetido conducta casi diez años después. Creo.
Lo que hay que entender aquí, es una cuestión bien sencilla: ¿Se pueden extrapolar y juzgar los códigos y la convención que se establece en ese tipo de reuniones?
Yo no soy jueza para juzgar. Pero soy mujer y obviamente feminista. No es conveniente intentar estigmatizar a una mujer por optar en un momento puntual por una forma de “supervivencia”. No hay que caer en la venganza ideológica y en la excusa barata para desprestigiar a alguien con motivos estériles. Sea hombre o mujer.
Que caiga si ha de caer. Que caiga si ha actuado de forma negligente durante estos primeros meses de Gobierno como ministra de Justicia. Pero no porque alguien juzgue lo que mujeres como yo hemos tenido que hacer para sobrevivir en un mundo sólo de hombres.