El mayor muro del mundo asfixia a Bangladesh
Miguel Á.
Gayo Macías, El Español, 10 junio, 2018
El
Gobierno indio está construyendo un muro que, una vez completado, será más
largo que los de México, Palestina y Berlín juntos
Una parte
del muro ya está construido y está formado por vallas metálicas Reuters
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La parte
ya completada de este “muro de la vergüenza” -como lo llama la prensa
bangladeshí- consiste hasta ahora en unos 3.200 kilómetros de vallas metálicas
de unos tres metros de altura y electrificadas en algunos tramos, además de 25
torretas de vigilancia. Sin embargo, en las zonas en que la frontera la marca
el río Brahmaputra, que cambia de curso frecuentemente, resulta imposible
establecer estructuras permanentes. El BSF, un cuerpo militar fronterizo del
Ejército indio encargado de la vigilancia fronteriza, se ve incapaz de controlar
de manera efectiva los pasos terrestres y tampoco tiene fácil acceder a áreas
donde el terreno pasa de ciénagas a torrentes en cuestión de horas cuando llega
el monzón. Además, según denuncian desde hace años los medios locales, los
militares aprovechan la situación para exigir sobornos a quien desee cruzar al
otro lado, tanto si pretenden traficar con drogas como si son familias de
emigrantes o granjeros.
Según
denuncian las organizaciones humanitarias que operan en la región, el flujo de
personas sin papeles y de contrabando entre ambos países no ha disminuido, sólo
han cambiado los procedimientos. Por ejemplo, la venta de ganado vacuno indio
se llevaba a cabo tradicionalmente de manera extraoficial según un acuerdo
tácito, para evitar las trabas burocráticas que las leyes indias imponen a la
venta de carne de vaca para consumo humano.
Sobornos
en la frontera
Bangladesh,
de mayoría musulmana, ha sido durante décadas el receptor de esta mercancía. Si
antes se hacía la vista gorda por pura conveniencia, la población local se
queja de que en los últimos tiempos el único requerimiento consiste en sobornar
a los agentes fronterizos. La prensa de ambos países se hace eco rutinariamente
de “operaciones internacionales contra el tráfico ilegal” cuyos resultados no
suelen tener más trascendencia que unas bolsas de dinero falso enterradas en
algún punto de la frontera, unos alijos de poca monta o algún grupo pequeño de
inmigrantes ilegales.
Campo de refugiados rohingya en Kutupalong FOTO DE John Owens John Owens |
El
entramado de corrupción y violencia que se ha levantado paralelamente al muro
ha costado la vida a más de mil personas en los últimos años a manos del BSF
indio. Según la versión oficial, se trataba de delincuentes violentos, traficantes
a gran escala e incluso terroristas islámicos que planeaban atacar a la India,
pero episodios como el asesinato de Feleni, una joven de 15 años que regresaba
a pie a su casa en Bangladesh y que fue abatida a tiros por el BSF ponen en
cuestión la manera en que se llevan a cabo las misiones de vigilancia del BSF.
Emergencia
nacional
Precisamente
para atajar el tráfico y consumo de drogas, una situación que han calificado de
emergencia nacional, las autoridades bangladeshíes han iniciado en las últimas
semanas una violenta campaña de exterminio de delincuentes al estilo de la de
Rodrigo Duterte en Filipinas.
En poco
más de diez días, el Gobierno de la primera ministra Sheikh Hasina ha ejecutado
a más de 130 personas y ha detenido a unas 13.000. Los juicios sumarísimos los
llevan a cabo equipos judiciales que viajan en furgonetas y que ejercen como
juzgados ambulantes. La difusión de las imágenes de las víctimas, algunas de
las cuales han sido identificadas como periodistas u opositores al régimen no
han hecho rectificar a Hasina, quien ha afirmado que su misión es “salvar al
país de las garras de la droga” y que seguirá adelante con la operación porque
es “una mujer que acaba lo que empieza”. La llamada “guerra contra la droga” se
ha revelado más como una operación armada en la que solo hay un bando
disparando.
Edificio
Rana Plaza tras derrumbarse Rijans
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Adictos a la 'yaba'
La droga
que domina el mercado ilegal en las calles de Daca es la llamada “yaba”
(pastilla loca en argot bengalí) que se vende a bajo precio con el nombre
popular de “botón”. Se trata de píldoras de color rosáceo formadas por un
compuesto de meta-anfetamina y cafeína que hace años se administraba a los
caballos para hacerles trabajar más tiempo. Se estima que hay unos cinco
millones de adictos a esta droga en Bangladesh y su consumo se está extendiendo
a otros países asiáticos. Según denuncian algunos periodistas del país, los
verdaderos “capos” de la yaba son personas muy cercanas al Gobierno que cuentan
con su protección y que no piensan permitir la competencia de carteles
independientes.
Bangladesh
es uno de los países más poblados de la Tierra, con casi 170 millones de
habitantes, y la pobreza en que vive gran parte de la población no hace sino
acentuar los problemas derivados de situaciones como la del “muro de la
vergüenza” o la adicción a las drogas. El país está disfrutando de un
crecimiento económico sin precedentes desde hace años, pero los beneficios de
esta bonanza no alcanzan por igual a todos los ciudadanos.
El caso
del derrumbe del edificio Rana Plaza, en las afueras de la capital, donde
murieron más de 1.100 personas que trabajaban en talleres textiles de marcas
occidentales sin que se respetaran las medidas de seguridad, puso de manifiesto
las condiciones en que viven muchos ciudadanos bangladeshíes. Incluso en la
India, son considerados mano de obra barata y vulnerable, a pesar de lo cual
millones de ellos siguen intentando cruzar la frontera en busca de un futuro
menos malo, aunque sea jugándose la vida a través del muro.
Por si
fuera poco, Bangladesh es la nación que más va a sufrir con el cambio
climático, pues perderá una cuarta parte de su territorio antes del fin de este
siglo con el levantamiento del nivel del mar. La mayor parte de su territorio,
situado al nivel del mar, se encuentra en el delta de la desembocadura de los
caudalosos ríos Brahmaputra y Ganges, una circunstancia que acentúa la presión
demográfica de una nación con el tamaño de Grecia y una población como la de
Rusia y Australia juntas. La industria está poco desarrollada y el 16% de la
población posee el 60% de los cultivos, lo que hace que muchas familias se vean
limitadas a la agricultura de subsistencia.
Además,
los campamentos de rohingya instalados en Cox´s Bazar, un enclave al este del
país, se encuentran en una situación muy difícil de cara a la inminente llegada
de los monzones. Los asentamientos, donde se hacinan unas 700.000 personas,
están rodeados por 27 puestos militares del Ejército de Bangladesh que impiden
cualquier movimiento fuera del área designada. Los meses que llevan allí
asentados los campos de refugiados han desgastado el terreno y lo han dejado
sin vegetación que asiente el subsuelo con sus raíces. Las chabolas hechas de
chapa y cartón, advierten las agencias de asistencia humanitaria, no podrán
aguantar un eventual corrimiento de tierras y cuando lleguen las inundaciones
se pude producir una tragedia de proporciones dantescas.
Cada año,
las inundaciones se comen unos cuantos kilómetros cuadrados del territorio
bangladeshí y al mismo tiempo, aparecen nuevas islas (llamadas “char”) hechas
del barro arrastrado por los ríos. Los mapas en este país no tienen tanto
sentido como en otros lugares del globo, y la silueta de Bangladesh aparece
deshilachada, disolviéndose en la Bahía de Bengala año tras año. Como ironizaba
un chiste gráfico en un periódico de Daca, el muro indio al menos ha
proporcionado a Bangladesh una frontera estable e inamovible