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La esclavitud infantil se resiste a morir en América Latina

Por Fabiana
Frayssinet, IPS, 10 may 2018

El
trabajo infantil se ha reducido en forma sustancial en América Latina, pero
todavía 5,7 millones de niñas y niños laboran antes de haber cumplido la edad
mínima legal y en alto porcentaje en condiciones precarias, de alto riesgo o no
remuneradas, que constituyen nuevas formas de trabajo esclavo.
Una niña
pela mandiocas (yucas) para la elaboración de harina en Acará, en el estado

de
Pará, en el noreste de la Amazonia brasileña. En los sectores rurales de Brasil

es una costumbre arraigada que los niños ayuden en actividades agrícolas de la
familia, bajo el argumento de transmitirles conocimientos. Crédito: Fabiana
Frayssinet/IPS

RÍO DE
JANEIRO – La Organización
Internacional del Trabajo
(OIT) sitúa en esa cifra a la población
infantil que trabaja antes de la edad de admisión de empleo o que realiza
trabajos que deben prohibirse
, según el Convenio 182
sobre las peores formas de trabajo infantil, en vigor desde 2000.
La gran
mayoría labora en la agricultura, pero también en sectores de alto riesgo como
la minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y la pesca.
“Trabajan
en espacios verdaderamente inhumanos y calurosos. No se les otorga ni las más
mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no inhalen pelusa de
los pantalones de mezclilla o guantes para descoser piezas, lo que les lastima
los dedos. El trabajo repetitivo de corte de piezas con grandes tijeras les
hiere sus manos. Están más en riesgo porque trabajan como o más que un adulto y
ganan menos”: Joaquín Cortez.
Tres
países, Brasil, México y Paraguay ejemplifican ese trabajo infantil en la
región, que incluye formas de neoesclavitud.
En
Paraguay, con 7,2 millones de habitantes, la figura del “criadazgo” se remonta
a la época de la colonia y persiste pese a leyes que prohíben el trabajo
infantil, explicó a IPS la abogada Cecilia Gadea.
“Familias
muy pobres, generalmente de zonas rurales, se ven obligadas a entregar a sus
hijos menores de edad a parientes o a familias de mejor posición económica para
que se encarguen de su crianza, educación y alimentación”, lo que en el país se
conoce como criadazgo, explicó.
“Pero no
de manera gratuita o por solidaridad sino a cambio que los niños realicen
trabajos domésticos”, detalló Gadea, que investiga el tema para su tesis de
maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales
(Flacso).
En Paraguay,
el país sudamericano con mayor pobreza y uno de los 10 más desiguales del
mundo, unos 47.000 niños (2,5 por ciento de su población infantil) se
encuentran en situación de criadazgo, según la no gubernamental Global
Infancia, de las que 81,6 por ciento son niñas o adolescentes mujeres.
“No se
quiere aceptar, pero es una de las peores formas de trabajo No es una acción
solidaria como pretenden presentarla: es una forma de trabajo y de explotación
infantil. También configura una especie de esclavitud debido a que los niños y
niñas son sometidos a la realización de tareas forzosas no acordes a su edad,
son castigados, muchos no pueden salir de sus casas”, opinó Gadea.
Según la
investigadora, los llamados “criaditos”, con edades entre 5 y 15 años, son en
su mayoría “sometidos a trabajos forzosos, tareas domésticas por muchas horas y
sin descanso, son maltratados, abusados, castigados y explotados, no pueden ir
a la escuela, viven en precarias condiciones, no son alimentados adecuadamente,
no reciben asistencia médica, no pueden jugar y otra serie de limitaciones”.
Otro
grupo minoritario  “no son abusados ni expuestos a peligros, van a la
escuela, juegan, están bien cuidados, reciben todas las atenciones y dentro de
todo llevan una buena vida”, puntualizó.
El criadazgo
tiene su origen en los trabajos “forzosos y peligrosos” a los que sometían los
colonizadores españoles a mujeres y niños indígenas, explicó Gadea.
Después
de dos guerras, una en la segunda mitad del siglo XIX y otra en la primera
mitad del siglo XX, Paraguay quedó devastado, diezmado en su población
masculina y en manos de mujeres, niños y ancianos, quienes debieron asumir la
reconstrucción del país.
“La
pobreza generalizada obligó a las madres a entregar a sus hijos a familias con
mejores ingresos, para que  se ocupen de la crianza, educación y
 alimentación de sus hijos e hijas menores; ellas mientras tanto
trabajaban para sobrevivir y sacar adelante a un país que había quedado en
ruinas”, recordó.
La
práctica continúa según Gadea por la desigualdad, la pobreza. Las familias
numerosas sin recursos “encuentran como única solución entregar a uno o varios
de sus hijos para que les brinden mejores condiciones de vida”.
Del otro
lado “hay personas que necesitan de criados para sus tareas domésticas porque
implican mano de obra barata, ya que solo deben darles un poco de comida y un
lugar donde dormir”, analizó.
Las
campañas para revertir esa modalidad arraigada en la sociedad paraguaya
enfrenta la resistencia de muchos sectores, inclusive dentro del Congreso Nacional legislativo.
Es una
“práctica oculta e invisible de la cual casi no se habla. Muchos la defienden
porque la consideran una ayuda, una obra de solidaridad, una manera de
sobrevivencia de los niños que viven en la pobreza extrema”, añadió.
El caso
de México
México es
otro de los países latinoamericanos que más padece la explotación laboral
infantil, en sectores como la agricultura y también en las empresas de
maquila,  que manufacturan materia prima extranjera para su reexportación.
En
México, con 122 millones de habitantes, hay más de 2,5 millones de niños
trabajadores, 8,4 por ciento de la población infantil. El problema se concentra
en los estados de Colima, Guerrero y Puebla, explica Joaquín Cortez, autor de
la investigación “Esclavitud
moderna de la infancia: los casos de explotación laboral infantil en las
maquiladoras
”.
Cortez
investigó en particular las maquilas textiles del central estado de Puebla.
Allí los
niños “se encuentran en condiciones extremamente precarias, además de trabajar
semanalmente por más de 48 horas, percibiendo salarios de entre 29 a 40 dólares
por semana. Para soportar las cargas laborales muchas veces inhalan drogas como
marihuana o crack”, relató a IPS el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En
algunas maquilas “se han utilizado estrategias para evadir responsabilidades.
Como el caso de los niños y niñas trabajadoras que ante inspecciones laborales,
esconden en los baños entre los bultos de los pantalones de mezclilla”, dijo
Cortez.
“Trabajan
en espacios verdaderamente inhumanos y calurosos. No se les otorga ni las más
mínimas medidas de seguridad como un tapabocas para que no inhalen pelusa de
los pantalones de mezclilla o guantes para descoser piezas, lo que les lastima
los dedos. El trabajo repetitivo de corte de piezas con grandes tijeras les
hiere sus manos”, describió.
En
definitiva, Cortez constató que “están más en riesgo porque trabajan como o más
que un adulto y ganan menos”.
En
ocasiones estos niños “son agredidos verbalmente por no apurarse a sacar la
producción que el encargado de las maquiladoras necesita. Las niñas además
suelen ser acosadas sexualmente por sus compañeros de trabajo”, agregó.
Cortez
atribuye las causas de este trabajo infantil “además de ser mano de obra barata
para los dueños de las pequeñas y grandes maquiladoras”, a la desigualdad y
pobreza y a la escasa organización social, pese a los intentos de resistencia.
Situación
en Brasil
En
Brasil, un estudio del Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística
(IBGE), divulgado en
2017
, reveló que de 1,8 millones de menores de edad entre 5 y 17
años que trabajan, 54,4 por ciento lo hace de manera ilegal.
En este
país sudamericano de 208 millones de personas, la legislación admite el trabajo
desde los 14 años pero como aprendiz y entre los 16 y 18 años, exceptuando
labores nocturnas, peligrosas o insalubres.
Una de
las autoras del informe, la economista Flávia Vinhaes aclaró a IPS que aunque
no siempre el trabajo infantil ocurre en condiciones de esclavitud o análogas.
“El trabajo a ser abolido bajo cualquier condición es aquel entre 5 y 13 años,
siempre caracterizado como trabajo infantil”.
Entre los
ocupados en esa edad, 74 por ciento no recibía remuneración.
Otro
indicador reveló que 73 por ciento de esos niños laboraban como “trabajador
auxiliar”, ayudando a un familiar en su actividad productiva.
“Tanto
las tareas domésticas como el cuidado de personas componen una definición
amplia de trabajo infantil que pueden estar en conflicto con la educación
formal así como ejecutadas en horarios prolongados o sobre condiciones
peligrosas”, sostuvo Vinhaes.
La
investigación mostró que 47,6 por ciento de los trabajadores entre 5 a 13 años
está en el sector agrícola, por una arraigada costumbre.
Allí “se
apunta que en la agricultura tradicional, niños y adolescentes realizan trabajo
bajo supervisión de sus padres como parte integrante del proceso de socialización,
o sea como un medio de transmitir de padres a hijos técnicas tradicionalmente
adquiridas”, recordó.
“Esa
situación no debe ser confundida con la de los niños que son obligados a
trabajar regularmente o durante jornadas continuadas a cambio de alguna
remuneración o apenas para ayudar a sus familias, con consecuentes prejuicios
para su desarrollo educativo y social”, destacó. “Existe una línea tenue entre
ayudar y trabajar de manera que sea cultural y educativa”, concluyó.