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El fantasma de la crisis vuelve a Argentina

Federico
Rivas Molina, El Pais, 6 may 2018

La subida
del dólar trae a los argentinos recuerdos de los peores años de la economía
Un hombre
mira la pantalla con las cotizaciones de moneda extranjera en una casa de
cambios del centro de Buenos Aires. AFP
“Sube
el dólar y aumenta todo”; “No salimos más del pozo”; “Esto
se va a la mierda”. Como un mantra, los argentinos repiten hoy las frases
que anteceden a esos estallidos cíclicos de su economía, como si los tiempos de
bonanza fueran la incubadora de un gran crisis, la antesala de irreductibles
cataclismos. El desánimo se respira en Buenos Aires. La semana que pasó, con
una depreciación del peso que llegó casi a 12% y tres subas consecutivas de los
tipos de interés, que del 27,25% llegaron al 40%, activó en la memoria
recuerdos de los peores años. Así está Argentina: acosada por sus peores
fantasmas.
Esta fue
una semana complicada no sólo en Argentina.
La subida de los tipos de interés en EEUU aspiró el dinero de los mercados
emergentes y las monedas de la región se depreciaron rápidamente. Pero ninguna
tanto como el peso argentino. Y cuando el dólar sube, la calle se preocupa,
mucho. Aunque “nada haya cambiado tanto en el último mes para semejante
cambio de las expectativas”, dice el exministro de Economía José Luis
Machinea,
el hombre que intentó contener, hasta su reemplazo por Ricardo López
Murphy
, la debacle de 2001. ¿Dónde está entonces el problema? Para
el politólogo Juan Germano, director de la consultora
Isonomía
, es una cuestión de percepción. “En Argentina hay tres
palabras prohibidas: inflación, dólar y desempleo. Cualquier argentino puede
entrar en pánico con estos temas. El desempleo es el tema más tabú, porque da
mucho miedo. En dos años de [Mauricio]
Macri
esa variable no fue un factor de pánico y no lo es ahora. Pero
de los tres temas tabú, hay dos que esta semana estuvieron en todos los
diarios”, dice.
Desde la
puerta de su local de venta de golosinas, Oscar tiene el termómetro de Villa
Urquiza, un barrio de clase media de Buenos Aires. “La
gente no habla de otra cosa: ‘El dólar sube, todo aumenta, el gas, la luz, la
nafta’. Yo vendo cada vez menos”, se queja. Tiene la sensación, dice, de
que el país está cerca de que pase “algo muy grave”. Miguel tiene 52
años y ha vivido muchas crisis. Sale de una verdulería con algunas frutas en
una bolsa de tela naranja y tiene en la boca comentarios lapidarios: “Otra
vez lo mismo, siempre lo mismo. Sube el dólar y se pudre todo. Todo
aumenta”. Para Jorge, el dueño de una liberaría, los problemas empezarán
la semana próxima, cuando tenga que reponer mercadería. “Antes venían con
aumentos de a centavos, pero ahora son de a dos o tres pesos. ¿Las ventas? Como
siempre, aguantando. La gente guarda el dinero cuando tiene miedo”, dice.
Dólar e inflación, los dos temas tabú, los de siempre.
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El ajuste
deja a Macri sin avión

Mauricio
Macri seguirá por ahora sin avión presidencial. Horas después de que Gobierno
argentino anunciase un recorte del gasto público para contener el déficit
fiscal, Presidencia comunicó la suspensión de la compra de una nueva aeronave:
“En el contexto actual, no es un buen momento para hacerlo”. El presidente
argentino tiene un avión apto vuelos domésticos y regionales, el Tango 04, pero
para viajes más largos debe usar servicios comerciales.

La
decisión forma parte de un ahorro más amplio. El Gobierno se ha mostrado
inflexible en su decisión de achicar gastos, lo que incluyó el recorte
progresivo de los subsidios a los servicios públicos, con la consecuente subida
de tarifas. Macri pretende también moderar las subidas salariales e insiste con
el mensaje de austeridad a sus colaboradores para evitar escándalos. El último
tuvo como protagonista al ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuando hace
una semana el diario Perfil difundió que usó fondos públicos para vuelos
privados, para homenajear en su casa a la titular del FMI, Christine Lagarde, y
para tener alfajores de la marca Chocoarroz en su despacho.
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“Los
argentinos piensan en verde”, dice una vieja máxima que sobrevivió a todos
los modelos con que los Gobiernos intentaron dominar a la economía argentina.
Liberales, neoliberales, keynesianos, populistas, nacionalistas,
desarrollistas, industrialistas: la historia del país sudamericano tuvo espacio
para todas las recetas posibles. Pero el dólar siempre estuvo ahí, sobrevolando
como una parca sobre las cabezas. “Los argentinos pensamos en dólares
debido a una historia de inflación que comenzó en nuestro país en la década de
1940 y, en el transcurso de los años, generó por lo menos dos hiperinflaciones
y grandes impactos en la distribución del ingreso. Cambiar esa manera de pensar
va a llevar años en la medida en que logremos tasas de inflación menores a un
dígito”, advierte Machinea. En 1981, uno de los últimos ministros de
Economía de la dictadura militar argentina, Lorenzo Sigaut, lanzó una frase que
lo hizo célebre. “El que apuesta al dólar pierde”, dijo, y días
después devaluó el peso un 30%. Es sólo un ejemplo que explica la sobrevida de
los fantasmas del pasado.
“Esta
cosa que parece tan misteriosa, por qué los argentinos miran al dólar, tiene
que ver con que mucha gente ha perdido dinero. Es difícil que un país funcione
sin tener una forma de ahorro legítima”, dice Alejando Grimson, doctorado
en antropología en la Universidad de Brasilia.
Para ahorrar está, entonces, el dólar, y cuando sube el dólar aumentan los
precios, sobre todo de los alimentos, commodities atados a valores
internacionales. “El Gobierno bajó impuestos a las exportaciones y
entonces tendió a reenganchar el precio de las materias primas al valor
internacional. La gasolina también está dolarizada. El gobierno liberó el
precio y desde entonces nunca bajó”, dice Grimson. Como los problemas
perduran, la tradición del ahorro en dólares se pasa de padres a hijos.
“Los argentinos saben cuánto vale un dólar. Está en la radio, en los
noticieros cada hora, en los diarios. Y todos saben perfectamente cuánto ganan
y cuánto gastan en dólares y entonces nadie quiere ganar menos en
dólares”, explica.
El viernes,
media hora antes de la apertura de los mercados, el Gobierno decidió
neutralizar una nueva corrida cambiaria con un aumento de
casi 700 puntos de los tipos de interés y el anuncio de una nueva meta de
déficit fiscal,
que pasó del 3,2% al 2,7% del PIB. El ministro de
Hacienda, Nicolás Dujovne, dijo que el Estado ahorrará 3.200 millones de
dólares en las finanzas públicas, con recortes, sobre todo, en la obra pública.
La reacción del mercado fue inmediata y al final del día el dólar había vuelto
a valores previos a la escalada alcista.
En el
corto plazo, el Gobierno enfrenta el desafío de controlar la histeria
cambiaria, desviando la agenda hacia asuntos menos conflictivos, sacar de las
conversaciones del café y las portadas de los diarios el dólar y las subidas de
los precios. “Son temas que activan paranoias automáticas, aunque el
contexto es el de una crisis pequeña. Pero hay que controlarlos rápido, porque
si se extienden en el tiempo serán un problema mucho más grave”, dice
Germano. El desafío es enorme, porque una vez que cunde el desánimo es difícil
recuperar el optimismo, sobre todo para un Gobierno que llegó al poder con la
promesa de una “revolución de la alegría”.
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El fin
del idilio con los mercados
Mauricio
Macri ha tenido su primer gran encontronazo con los mercados internacionales.
Desde que asumió como presidente de Argentina, en 2015, líderes de todo el
mundo han elogiado el giro ortodoxo de su política económica, tras los 12 años
de proteccionismo de los Kirchner. En enero se escucharon algunas críticas
cuando el Banco Central, presionado por el Gobierno, bajó tímidamente la tasa
de interés a pesar de que la inflación seguía descontrolada, cerca del 25%
interanual. Pero la corrida bancaria de esta semana ha puesto en crisis el
idilio: Argentina se ha dejado más de 7.000 millones de dólares de sus reservas
internacionales para intentar frenar la caída del peso.

El
Gobierno intentó parar la corrida con una subida de tasas y una reducción del
gasto, sobre todo en la obra pública. Pero el freno de esas inversiones tendrá
consecuencias políticas. El macrismo se ha apoyado en algunos gobernadores
peronistas para sacar adelante leyes en el Congreso, donde está en minoría. Sin
la carta de la obra pública, pierde capacidad de negociación.