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Indignación por utilización de armas químicas en Siria

Por Tariq
Raheem, IPS Noticias, 2 abril 2018

El
secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, lanzó una bomba política
cuando dijo que su país no tenía evidencias para confirmar las denuncias de que
el gobierno de Siria había lanzado el mortal gas sarín contra la población
civil.
Desde el
inicio del conflicto en Siria en marzo de 2011, este país ha sufrido una
destrucción sin precedentes. Además, más de cinco millones de sirios huyeron de
su país y seis millones son desplazados internos y más de 13 millones de
personas necesitan asistencia humanitaria. Crédito: Foto ONU.
NUEVA
YORK – Mattis aclaró que su país no rechazaba las denuncias, pero precisó:
“Tenemos reportes del campo de batalla de personas que dicen que se usaron. No
tenemos evidencia”, aclaró el 23 de marzo en conferencia de prensa en el
Pentágono, sede del Departamento (ministerio) de Defensa.

La
declaración de Mattis fue una burla a las varias declaraciones de Washington y
a las resoluciones propuestas por el Consejo de Seguridad de la Organización de
las Naciones Unidas, que han acusado de forma sistemática a Damasco de seguir
usando armas químicas contra la población civil, a pesar de los desmentidos del
presidente sirio Bashar al-Assad.
Tampoco
la Organización para la Prohibición de Armas Químicas realiza cuestionamientos
irrefutables sobre el uso de armas químicas.
En abril
de 2017, Estados Unidos disparó 59 misiles
Tomahawk crucero
de largo alcance en Siria en respuesta a lo que
entonces dijo que eran armas químicas que dejaron a más de 100 personas
muertas.
En
febrero, la agencia de noticias Reuters informó que el presidente francés
Emmanuel Macron alertó: “Francia atacará” si se usan armas químicas contra la
población civil en el conflicto de Siria en violación a los tratados
internacionales, pero que él todavía no ha visto pruebas de que fuera así.
Mientras,
en la 37 sesión del Consejo de Derechos Humanos, la misión de Gran Bretaña en
Ginebra acusó el gobierno de Siria de usar armas químicas en Guta oriental.
Incluso
diplomáticos occidentales sostienen que no hay que considerar a las autoridades
de Damasco como “gobierno”, sino como “régimen”, aunque no hay una lista
oficial de estados miembro llamados así, como tampoco existe ningún
procedimiento oficial para rebajar de grado a un estado.
En el
actual contexto internacional, la extrema derecha parece tener todo el acceso
que necesita, en especial en los medios occidentales, para defender su causa.
Pero
lamentablemente, están aquellos cuyas voces fueron silenciadas, y quiénes dicen
que la gravedad de los crímenes no se relaciona necesariamente con la cantidad
de decibeles que ellos generan en el campo de batalla o en los grandes canales
de televisión.
Un
ejemplo de ello es el caso de dos hospitales de Siria, uno fue bombardeado y
destruido, lo que, con o sin escudos humanos, constituye, por cierto, un crimen
de guerra.
El otro
permanece orgulloso de pie en el horizonte, pero su actividad quedó paralizada
por las sanciones unilaterales coercitivas.
Entre
ellas, el bloqueo al suministro de repuestos, lo que hace imposible mantener
las salas quirúrgicas para operar a las personas gravemente heridas; ya no hay
prótesis para atender las amputaciones; el suministro eléctrico se corta por la
prohibición de importar generadores; el agua se contamina por la falta de
importación de filtros y la gente se muere por enfermedades transmitidas por el
líquido contaminado; y no hay medicamentos disponibles para atender a las
personas gravemente heridas.
Incluso
en la calle, la gente se muere o cae gravemente enferma porque las sanciones
hicieron que se dispararan los precios de los alimentos. Pero a la gente le
dicen que eso es el resultado de la mala gobernanza o de que el gobierno impide
el ingreso de comestibles.
A veces,
esa puede ser la causa, cuando no las autoridades no distinguen a los
combatientes de la población civil.
La
comunidad internacional previó la situación y las sanciones son supuestamente
benevolentes con la población civil porque todos aceptan la “excepción
humanitaria”.
Pero
nadie mencionó que el sistema internacional de transferencia de fondos (Swift)
se bloqueó para impedir que Siria importara suministros humanitarios o, de
hecho, cualquier otra cosa, imponiendo así, de hecho, una situación
generalizada de opresión, como ya se vio en Iraq.
Y las
armas químicas de Siria en la actualidad recuerdan a las armas de destrucción
masiva que nunca existieron en Iraq. ¿Acaso todas las muertes injustificadas en
la calle o en hospitales destruidos no constituyen crímenes de guerra? Nos
dicen que creamos que no.
Todas las
guerras se ganan tanto en los medios y con propaganda, como en el campo de
batalla. Y Siria no es la excepción. El hecho es que Damasco gana la guerra en
el terreno para recuperar el control de su territorio.
Mientras
las autoridades tratan de distinguir a los combatientes enemigos de los
civiles, decenas de miles de no combatientes aceptan la protección del
gobierno.
El
escenario de alianzas que estaba montado colapsa, y la única posibilidad de
contraatacar que queda es mediante la movilización, en el sentido real de la
palabra, en los medios.
Lo que se
intenta ocultar son las violaciones de derechos humanos que cometen todos los
combatientes, incluso aquellos que proveen armas pesadas a los grupos que
tildan de terroristas.
¿El
argumento para justificar ese comportamiento?
Las
violaciones de derechos humanos que comete el otro bando, mientras el acusado
sigue imponiendo su opresión contra la población civil por la que “llora”.
El crimen
del ganador en el terreno es haber cuestionado los objetivos geoestratégico de
los otros, que hace unos años creían que estaban a su alcance.
Pero los
arquitectos de esa estrategia podrían aprovechar el cambio de realidad, a
diferencia de su expectativa de hacer una pausa y pensar.
Los que
pelean en Guta contra el gobierno sirio no son fuerzas democráticas, sino la
reencarnación de organizaciones consideradas terroristas por Occidente, como Al
Qaeda y el Estado Islámico, y nadie más.
Las
lágrimas de cocodrilo por esos “combatientes de la libertad” parecen, por
cierto, fuera de lugar, cuando figuran en la lista de organizaciones
terroristas de los mismos países que ahora lloran por ellos.
¿Recuerdan
el 11 de septiembre de 2001? ¿Los responsables de esa estrategia querrán
replicar en Siria la experiencia de Libia?
¿Acaso no
temen que un nuevo Hamid Karzai, el presidente de Afganistán (2001-2014), en
Damasco sea un desastre en términos de revitalizar a los mismos grupos
terroristas que el mundo hace poco logró erradicar en Iraq y en Siria?