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¿Cuándo hablarán las mujeres víctimas de abusos en la Iglesia?

Por Judith
Schönsteiner y María Eugenia Valdés, El Mostrador, 28 abril, 2018

Tenemos
que pensar en la precariedad en la que viven las ex religiosas cuando su
congregación no las apoyó y se tuvieron que salir producto de su intento de
denunciar. La precariedad es un factor no despreciable de disuasión a la
denuncia, considerando que muchas congregaciones no contemplan un
reconocimiento civil a la formación que reciben las religiosas. ¿Hay garantías
de libertad de conciencia para decir las cosas por su nombre? La Iglesia tiene
que prepararse para escuchar a las mujeres víctimas.

Por fin,
la ciudadanía eclesial, o sea, laicos, laicas, religiosos y religiosas
decididos, insistentes y valientes, junto a algunas de las víctimas de abuso de
conciencia, poder y sexuales, ha logrado superar o circunventar el cerco
informativo alrededor del papa. Un cerco que por todo lo que se sabe, fue
establecido y mantenido por la misma jerarquía eclesial, incluyendo la chilena.
El enviado papal, arzobispo Charles Scicluna hizo, sin perjuicio de que lo
podamos analizar cuando conozcamos el informe, un buen trabajo. Personas por
mucho tiempo incrédulas ante las denuncias, y ciertamente sin ninguna sospecha
de ser “progresistas”, se impactan y convencen ante la evidencia abrumante de
un abuso estructural. Los obispos están citados en pleno a Roma. Ciertamente,
no se hablará solamente de Barros, aunque el arzobispo de Santiago quiera
interpretar así la carta del papa.
La carta
del papa ha sido signo de esperanza para much@s en la Iglesia. Hay que saber su
lenguaje político, de relaciones diplomáticas y jurídicas. Pero hay un hecho
que no puede pasar desapercibido: es la primera vez que un papa reconoce un
error de juicio propio. Otr@s se mantienen más escépticos: no creerán antes de
ver acciones concretas de justicia, reparación y renovación de la Iglesia.
Demasiadas veces, dicen, el perdón quedó en la nada para las víctimas.
En pocos
días, James Hamilton, José Murillo y Juan Carlos Cruz se reunirán con el papa
Francisco en el Vaticano. En pocos días la justicia chilena fallará sobre la
indemnización en el caso Karadima. Hasta hoy, aunque se hayan revisado los
protocolos de prevención y capacitación, la CECH no ha aprobado mecanismos de reparación
para las víctimas en general. Las víctimas no piden nada descabellado, a
nuestro juicio: el monto que solicitaron corresponde a los dineros que el
arzobispado recibió al disolver la Pía Unión Sacerdotal de Karadima y se
pretende usar estos fondos para acompañamiento psicológico a víctimas de abuso
sexual en Chile, incluyendo de la iglesia.
Pero aún
falta escuchar una voz en el debate sin la cual no se podría ni siquiera
pretender hacer una reflexión honesta. Una voz que tantas veces no está
presente en la Iglesia, e incluso aún, en la sociedad chilena. Falta la voz de
las victimas mujeres. Víctimas de abuso de conciencia, poder y sexual por parte
de sacerdotes o sus superioras religiosas.
Por qué
ellas, las victimas mujeres, no han salido aún a hablar públicamente? Puede
haber muchas causas. Una, seguramente, es el abuso de poder permanente contra
la mujer: el machismo que se exacerba en las estructuras de la Iglesia
Católica. El machismo considera “normal” a un cierto trato hacia la mujer que
constituye en sí abuso; el abuso de conciencia, de poder y sexual contra las
mujeres está naturalizado. En una situación así, es aún más difícil hablar.
¿Por qué
ellas, las victimas mujeres, no han salido aún a hablar públicamente? Puede
haber muchas causas. Una, seguramente, es el abuso de poder permanente contra
la mujer: el machismo que se exacerba en las estructuras de la Iglesia
Católica. El machismo considera “normal” a un cierto trato hacia la mujer que
constituye en sí abuso; el abuso de conciencia, de poder y sexual contra las
mujeres está naturalizado. En una situación así, es aún más difícil hablar.
¿Están trabajando en los puestos clave estas mujeres, capacitadas
psicológicamente, con conocimientos actualizados y una visión sobre el género
que permita acoger un relato de abuso, en las instituciones eclesiales que
reciben las denuncias? ¿Está la Iglesia preparada para juzgar correctamente la
evidencia de abuso contra la mujer, dado que una gran parte de su jerarquía (y
parte del laicado) aún no se actualizado en su mirada hacia la mujer?
Pero hay
también muchas preguntas prácticas que la Iglesia se debe hacer: Existe un
protocolo para prevenir el abuso sexual contra menores de edad, niños y niñas,
que menciona de paso también a “los adultos vulnerables”. Sin embargo, no los
define en ningún momento, y no establece mecanismos específicos para ellos. Y
el protocolo no ha logrado la denuncia por parte de las mujeres. Por tanto,
surgen muchas preguntas:
¿Hay
mecanismos de protección para las mujeres que denuncian? ¿Mecanismos que
protejan contra la re-victimización y contra nuevas agresiones por parte de l@s
perpetradores? ¿Se han diseñado y dispuesto los mecanismos de acompañamiento
psicológico y espiritual, si fuera deseado, independiente de la institución que
recibe la denuncia? O ¿aún estamos ante una situación donde el acompañamiento
psicológico es privilegio de las mujeres bien situadas? Sin acompañamiento
profesional, ¿cómo podría una víctima de población que no gana apenas el
mínimo, denunciar y resistir todos los procesos de prueba, testimonio?
¿Encontrará la mujer víctima una escucha desde la perspectiva de género, desde
su perspectiva de mujer, ya sea madre, o sin hijos? Ciertamente, el protocolo
podría usarse en analogía, pero hay cuestiones particulares que debe atender,
los que detallamos en seguida.
Sin
padres que los reconozcan, los hijos de sacerdotes ya crecen desprotegidos;
exponerlos además a lo público, podría ser razón que victimas madres no
denuncien. ¿Encontrará un mecanismo que se preocupe del delicado balance entre
confidencialidad (muchas veces, ¡solo deseado para proteger a los hijos!), un
mecanismo que colabora con la justicia en casos que sea aun posible? ¿Un
mecanismo de apoyo a los hijos de sacerdotes quienes no reciben alimentos, especialmente,
si nacieron producto de una violación? ¿La Iglesia se ha preguntado seriamente
sobre su deber de reparación en caso de aborto forzado sobre religiosas o
laicas quienes con o sin consentimiento tuvieron relaciones sexuales con
sacerdotes y concibieron?
Finalmente,
tenemos que pensar en la precariedad en la que viven las ex religiosas cuando
su congregación no las apoyó y se tuvieron que salir producto de su intento de
denunciar. La precariedad es un factor no despreciable de disuasión a la denuncia,
considerando que muchas congregaciones no contemplan un reconocimiento civil a
la formación que reciben las religiosas. Por tanto, para las religiosas que
fueron víctimas, ¿hay garantías de sustento en caso que denuncien y/o sean
víctimas de represalias? Ya que muchas veces, colegios católicos o
instituciones de la Iglesia son el único lugar donde pueden trabajar.
En
definitiva, más que nada, ¿hay garantías de libertad de conciencia para decir
las cosas por su nombre?La Iglesia tiene que prepararse para la escucha a las
mujeres víctimas.