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Tysfjord, el pueblo en Noruega donde viven sólo 2.000 personas y hay más de 150 casos de abuso sexual

ElMostrador, 22 marzo, 2018

En la
pequeña comunidad de Tysfjord, en el norte de Noruega, los casos de abuso
sexual -incluyendo violación de menores- ha sido un problema desde hace
décadas. ¿Por qué sólo ahora se han animado denunciarlo?

151 casos
de abuso sexual, incluyendo violación de menores.
Ese es el
recuento oficial de las autoridades noruegas en una población de 2.000
habitantes de Tysfjord, en el norte del círculo Ártico.
Los
delitos ocurrieron durante décadas, entre los años 1950 y 2017, pero se
descubrieron recientemente.
¿Cómo es
posible que estos crímenes sexuales serios no hayan sido denunciados antes?
Nina
Iversen se considera una persona que habla. Y muchas veces contó lo que le
ocurrió en Tysfjord, donde creció.
“Siempre
hablé sobre eso. Cuando tenía 14 años, pensé: ‘Escribiré un libro sobre estos
abusos; voy a detenerlos’. Pero, por supuesto, no pude”.
En su
adolescencia, ella y sus amigas se confesaban mutuamente sobre las vejaciones
que habían sufrido, pero los adultos no las escuchaban.
“Nos
llamaban prostitutas y mentirosas. A muchas de nosotras incluso nos escupían
(como amenaza) si tratábamos de hablar de eso”, recuerda.
Los
abusadores de Iversen eran sus parientes, así que de niña vivió la
vida familiar en un perpetuo estado de terror.
Ahora, a
los 49 años, ya no vive en Tysfjord, pero aún no se siente segura.

Ciudad
dividida
Tysfjord
es una comunidad remota dominada por un fiordo de 900 metros de profundidad.
Y está
dividida en dos: una parte, Drag, se encuentra en la orilla occidental y
la otra, Kjopsvik, en la oriental. Y están conectadas por un ferry.
Aproximadamente
la mitad de las personas que viven allí pertenecen a la comunidad indígena
Sami, los habitantes originarios de Escandinavia, que se encuentran en
territorio de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.
Pero los
Sami representan alrededor de dos tercios de las 83 víctimas y 92 perpetradores
identificados en el informe policial sobre abuso sexual.
La discriminación y
el racismo tuvieron un impacto en cómo se desarrolló la historia.
En 2005,
Nina Iversen ya era madre. Preocupada por sus hijos y por la amenaza que
representaba para ellos el abuso sexual, se puso en contacto con los servicios
de protección infantil.
Allí
habló nuevamente sobre sus propias experiencias.
“Se
lo dije a todos”, cuenta. “Pero para ser escuchada, debes tener los
antecedentes adecuados. Alguien como yo, que proviene de una familia
pobre, termina siendo ignorado”.

No era la
única
Iversen
no fue la única en tratar de llamar la atención de las autoridades.
En 2007,
en un intento desesperado, los padres de un niño Sami que había sido abusado
sexualmente le escribieron una carta al primer ministro pidiendo ayuda.
La misiva
llegó a los medios de comunicación y la gente esperaba una reacción.
En ese
momento, Anna Kuoljok, una diácono de la Iglesia noruega, y su esposo Ingar, un
abogado, ambos Sami, estaban en contacto con 20 familias cuyos hijos habían
sufrido abusos.
La pareja
habló en reuniones públicas a las que asistieron políticos locales,
trabajadores de la salud, la policía y otras autoridades.
“Pensaron
que no podía ser cierto, había tantos casos, eso es lo que nos dijeron”,
recuerda Anna. “Pensaron que estábamos mintiendo”.
“Simplemente
no estaban cómodos con este tipo de historias”, afirma Ingar. “No
sabían cómo manejarlo”.
 
“El
alcalde de Tysfjord, Tor Asgeir Johansen, también recuerda esas reuniones, pero
tiene una explicación diferente de lo que salió mal.
“No
entendían las cosas porque las personas no las contaban”, asegura
refiriéndose a las víctimas.
“La
comunidad no es la policía, no podemos buscar en los hogares de las
personas. La gente debe venir a nosotros y pedir ayuda”.
Denunciar
el abuso sexual es difícil para muchas víctimas, independientemente de su
herencia cultural.
Pero en
Tysfjord había un mayor rechazo a hacerlo. En muchos casos los Sami no
confiaban en la policía o en las autoridades.
Al mismo
tiempo, Nina Iversen intentaba contar su historia, pero no fue escuchada.
 
Las divisiones
étnicas se vieron agravadas por la geografía y la política.
La aldea
Drag, en el oeste, era mayoritariamente Sami, mientras que la mayoría de las
autoridades noruegas se encontraban en el pueblo de Kjopsvik, en el este.
Habría
que esperar casi otra década para que la historia del abuso apareciera en la
prensa.
Esos años
fueron difíciles y solitarios para Nina Iversen.
Estaba
deprimida y publicó un poema sobre abuso sexual en Facebook, escribiendo
enojada ‘TYSFJORD’ en mayúsculas.
Otra
mujer local con experiencias similares a la de Iversen lo vio y se puso en
contacto. Dijo que estaba hablando con dos periodistas independientes. Y luego
la pelota comenzó a rodar.
Nina se
contactó con otras víctimas que conocía, incluidas mujeres de su familia.
El 11 de
junio de 2016, el periódico nacional Verdens Gang publicó un
artículo sobre el abuso sexual en Tysfjord basado en el testimonio de
11 víctimas: mujeres y hombres.
Reacción
inmediata
Tone
Vangen, jefe del distrito de policía de Nordland, estaba en su casa ese sábado
cuando se enteró por la prensa.
“Esto
era realmente serio. Tuvimos que ponerlo en el tope de nuestra lista de
prioridades. El objetivo principal era evitar nuevos casos de abuso sexual en
Tysfjord”.
Vangen
les pidió a todos los que habían sido víctimas de abuso sexual, aunque hubiese
sido hacía mucho tiempo, que se presentaran a declarar.
“Incluso
si el Estatuto de Limitaciones sobre delitos significaba que no podíamos llevar
el caso a los tribunales, queríamos tomarlo en serio y hacer frente al
problema. Pero no nos dimos cuenta de lo grande que era”.
 
El agente
de policía Aslak Finvik comenzó a contactarse con gente de la comunidad Sami y
crear confianza para que se animaran a hablar.
“Fue
complicado”, recuerda. “Había muchas cosas que la policía desconocía:
lazos familiares, religión… Y en la cultura Sami hay elementos de la época
precristiana. La gente cree en la curación y que un chamán puede tener poder
sobre alguien al leer su dolor”.
“Se
sentían avergonzados de hablar de ello porque, desde el punto de vista de
Noruega, no podemos entenderlo, pero fue muy importante para los Sami lo que
hicimos”.
Ese
procedimiento dio lugar a la primera acusación formal en el caso
Tysfjord: un hombre que abusó de mujeres diciendo que tenía el poder de sanar y
ahuyentar los espíritus malignos durante las sesiones de
“tratamiento”. Fue sentenciado a cinco años y medio de prisión.
¿Cuestión
cultural?
Para 2016
los abusadores de Nina Iversen estaban muertos, por lo que nunca vería que se
hiciera justicia en los tribunales.
Sin
embargo, ella estaba muy feliz de colaborar con la policía.
Mientras
tanto, en las semanas posteriores a que se publicara su historia, unas 40
víctimas buscaron ayuda del médico local, Fred Andersen. El más joven tenía 10
años, el mayor, 80.
 
“Tuvimos
que darles mucho apoyo médico y psiquiátrico”, dice.
“Era
una carga muy pesada. Los jóvenes sobrevivirán y saldrán de esto con nuevas
fuerzas y autoestima. Pero los ancianos, y los de 50 o 60 que están desempleados
con problemas psiquiátricos, sufren”.
Inevitablemente
surgieron preguntas sobre por qué son los Sami los que aparecen mayormente en
esta historia de abuso.
Pero Lars
Magne Andreassen, director de Arran, el centro de la comunidad Sami en Drag, se
resiste a dar una explicación cultural.
“Tenemos
que ser autocríticos. Pero eso no significa que nosotros como pueblo
tenemos la culpa. Podemos comparar lo que sucedió aquí, en Tysfjord, con el
movimiento #MeToo. ¿Por qué las mujeres más poderosas en el mundo se
callaron? ¿Deberíamos culparlas? Por supuesto que no. Tuvieron buenas razones
para no hablar, temían algo”, explica.
Sin
justicia
Más de
1.000 personas entre víctimas, testigos y abusadores fueron entrevistadas
por la policía en el curso de su investigación.
 
Pero de
los 151 casos documentados en Tysfjord, solo un puñado irá a los tribunales
porque en la mayoría de los casos transcurrió el tiempo límite para el
enjuiciamiento.
Esto
significa que muchos supuestos abusadores sexuales todavía viven en esta
comunidad pequeña y unida.
No hace
mucho, Nina Iversen incluso pensó en regresar a Tysfjord. Una tarde fue y echó
un vistazo al pueblo de Kjopsvik. Mientras estaba allí, vio a tres personas que
habían sido acusadas de abuso frente a las puertas de la escuela primaria
local.
“Había
niños caminando a sus casas desde el colegio, mientras esta gente deambulaba.
Era horrible”, dice.
El
trabajo del agente Aslak Finvik consiste en monitorear a estos hombres y a
algunas mujeres.
“A
todos aquellos con quienes hemos hablado, Samis y noruegos, les contamos lo que
sabemos sobre ellos. Les pedimos que no se pongan en contacto con las víctimas.
Si lo hacen, podemos enjuiciarlos”, advierte.
Los Sami
en Noruega
– Cerca de
60.000 personas Sami viven en Noruega.
Muchos de
los residentes Sami llegaron a Tysfjord en las décadas de 1960 y 1970, desde
áreas remotas del interior del país.
En ese
momento el gobierno intentó “norueguizar” a los Sami. Los niños de
familias de esta comunidad solían ser educados para que hablen sólo en noruego.
Solo las
personas con nombres noruegos podían comprar propiedades, y solo aquellos que
podían hablar noruego podían comprar tierras.
Cultura
inclusiva
En
Tysfjord, parece que todos conocen a alguien afectado por esta historia:
un sobreviviente, un perpetrador.
En su
papel de diácono en la Iglesia noruega, Anna Kuoljok organiza reuniones en una
pequeña iglesia tradicional Sami en Drag.
 
“Hablamos
sobre los sentimientos y cómo manejarlos. Hay tanto dolor y enojo”,
afirma.
Pero rechazar
a los abusadores no es una opción.
La
cultura Sami es inclusiva, y su creencia se basa en un círculo de vida que
abarca a dios, a las personas, a los animales y a la naturaleza.
“Entonces debemos
encontrar una manera de convivir, porque todos están en este círculo de la
vida”, asegura.
Cuando se
publicó el informe de las autoridades en noviembre de 2017, el jefe de policía
Tone Vangen se disculpó con los pobladores de Tysfjord.
“El
trabajo que la policía hizo hasta junio de 2016 no fue lo suficientemente
bueno”, afirma. “Estos crímenes afectaron a mucha gente durante
mucho tiempo”.
Poco a
poco, la confianza vuelve a aparecer en Tysfjord.
Se está
impartiendo capacitación sobre la protección infantil y el gobierno de Noruega
está financiando proyectos para promover la cohesión y crear resiliencia.
 
En la
actualidad, tanto los Sami como los noruegos participan juntos en eventos
comunitarios: un concierto que celebró la música y la cultura Sami contó con la
asistencia de 700 personas a principios de este mes.
El
alcalde también ha visto otro cambio.
“En
general, las personas son mucho más amables entre sí, se cuidan más que
antes”, dice.
Las
revelaciones cobraron un alto precio en una comunidad vulnerable. Dejaron una
estela de familias fracturadas, vidas rotas y al menos dos suicidios.
La
experiencia de Nina Iversen estuvo enredada en esa sombría historia durante
décadas, y hoy sale a la luz como una de las primeras 11 supervivientes que contó
su historia. Siente que la vida finalmente se está moviendo en la dirección
correcta.
“Hoy
puedo decir que estoy orgulloso de lo que hicimos. Ahora están escuchando.
Estamos yendo hacia un lugar, la gente nos cree”.