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El “Me Too” latinoamericano no siempre se traduce “Yo también”


Por Fabiana Frayssinet , InterPress Service, 4 marzo 2018

Este
artículo es parte de la cobertura de IPS sobre el Día Internacional de la
Mujer, el 8 de marzo, que este año tiene como tema: “Ahora es el momento: las
activistas rurales y urbanas transforman la vida de las mujeres”.
 
 
Una
manifestación en Chiapas, México, donde conviven las dos consignas con que se
convocan las manifestaciones contra la violencia machista en ese país: “Ni una
Más” y “No más Muertas”. Crédito: GlobaCitizen

BUENOS
AIRES – Desde el argentino “Ni una Menos” al colombiano “No
es hora de callar”, el activismo contra la violencia machista creció desde 2015
en América Latina, con campañas que tienen voces y peculiaridades
socioculturales diferentes al movimiento “MeToo” surgido más tarde, en 2017, en
Estados Unidos.
Multitudinarias
marchas en 80
ciudades argentinas 
contra los femicios en junio de 2015, con
el lema  Ni una Menos,  generaron un movimiento que un año después se replicó en
Perú
, mientras en Colombia las mujeres reavivaron con la llegada de
la paz otro con la consigna “No es hora de callar”, y en México una Campaña
Nacional contra el Feminicidio se movilizó con consignas como “Ni una Más” o
“Ni una muerta más”.
“Es como
si se fuera dando paso a una nueva expresión de un sujeto colectivo feminista
diverso, como si hubiera una verdadera primavera feminista que desafía las
bases de un patriarcado fuerte, violento y poderoso. Las luchas son cada vez
más cuestionadoras de las relaciones de poder en todos los ámbitos”: Carmen
Beramendi.
La
movilización global de las mujeres contra la violencia de género llevó de
hecho, a  ONU Mujeres  a
decidir focalizar este año al Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, en
el tema “Ahora es el
momento: las activistas rurales y urbanas transforman la vida de las mujeres”
,
como una forma de fortificar movimientos que están modificando la percepción de
la ciudadanía sobre el problema. 
En el
caso latinoamericano, Monserrat Sagot, directora del costarricense Centro de Investigación en Estudios
de la Mujer
, recordó a IPS desde San José que los antecedentes más
antiguos del movimiento son los de la Red Feminista Centroamericana contra
la Violencia
, que en los años 90 fue  pionera en exigir leyes y
políticas públicas contra la violencia.
En Costa
Rica, recordó, se aprobó en 1997 la ley contra la violencia doméstica y luego
desde América Central surgió hace más de una década una exitosa campaña para
tipificar el feminicidio o femicidio en las legislaciones internas y así
penalizar en forma específica el asesinato de las mujeres por su condición de
género.
“Los
movimientos que existen son una continuidad de estas tres primeras iniciativas
y responden a condiciones de violencia extrema contra las mujeres en la región.
Centroamérica en una de las regiones más violentas del mundo fuera de las zonas
de guerra abierta”, señaló la también especialista en temas de género del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
(Clacso), con su sede central en Buenos Aires.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal) sitúa en al menos 12 los feminicidos diarios en la región, donde se
ubican 14 de los 25 países del mundo con mayor tasa de homicidios machistas.
Según
Sagot el activismo feminista centroamericano  y latinoamericano siempre
partió de un análisis político y estructural de la violencia, entendida como un
componente de un sistema “profundamente imbricado con las condiciones de
opresión económica y política”.
Eso,
aseguró, lo diferencia de movimientos nacidos en el Norte industrial, como “Me
Too (Yo También)”, que estalló mundialmente en octubre de 2017 en las redes
sociales, al hilo de denuncias de agresión y acoso sexual en Hollywood.
“Como
activista en contra de la violencia por décadas, siempre me parece importante
que se levanten voces contra este serio y prevalente problema, que voces de
mujeres famosas se sumen a la lucha”, planteó Sagot.
“Pero
este tipo de movimientos, desde mi punto de vista, homogeniza a las mujeres y
nos hacen aparecer a todas como víctimas de las mismas formas de violencia. Se
omiten análisis de las diferentes formas de violencia que afectan a las mujeres
según su condición de clase, raza, edad y condición migratoria entre otras”,
cuestionó.

 
Una niña
y un niño con sendos carteles, uno de los cuales reza: “si me quieres, no me
lastimes, no me violes, no me mates, quiéreme”, durante una de las
manifestaciones en Buenos Aires bajo la consigna “Ni una Menos”, que se suceden
desde 2015 contra la violencia de género. Crédito: Fabiana Frayssinet/IPS

En
Colombia, donde en 2016 se firmó  la paz, tras un conflicto armado de 52
años, Adriana Arroyo, directora del Centro
Internacional de Educación y Desarrollo Humano
, destacó la Ruta
Pacífica de las Mujeres (1996) y el “No es hora de callar” (2009), entre los
movimientos surgidos como respuesta a la violencia que afectaba en particular a
las mujeres.
“Las
particularidades de Colombia están en el trasfondo del conflicto armado y las
violencias sexuales de todo tipo que han sufrido las mujeres y las niñas y
sobre el que apenas comienzan a visibilizarse las afectaciones”, analizó para
IPS desde la ciudad colombiana de Medellín.
A su
juicio, los casos emblemáticos de feminicidios en la región “generan mucha
incidencia mediática pero no necesariamente transformaciones concretas en las
prácticas cotidianas y los micro machismos o en reflexiones más amplias sobre
las situaciones de vida de mujeres y niñas”.
“Creo que
#MeToo es una valiosa oportunidad para denunciar y visibilizar las distintas
violencias que viven las mujeres, especialmente en los espacios laborales, pero
es importante que no se lleve a extremos viciosos y que se generen otras
acciones de orden pedagógico y de movilización social que lleve a entender la
violencia patriarcal, sus causas, efectos y las trasformaciones necesarias”,
agregó.
Carmen
Beramendi
, directora de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales en Uruguay
y senadora suplente
de Casa Grande, parte del gobernante Frente Amplio, resaltó a IPS que
movimientos como la Red Uruguaya
contra la Violencia Doméstica y Sexual
, fueron los que hace 20 años
llevaron ese tema al debate público del país.
Esa red
fue la primera en promover campañas públicas con deportistas, artistas y
referentes culturales. “Hoy se han ido articulando con otras luchas que le han
dado una impronta distinta, sumando a mujeres más jóvenes que se sienten
convocadas a salir a la calle, que se expresan en torno a la consigna Ni una
Menos, contra el acoso callejero, contra la trata”, señaló desde Montevideo.
 
Manifestantes
con cruces negras, simbolizando las víctimas de feminicidio en Perú y otros
países latinoamericanos, pasan por una calle del centro de Lima, durante la
multitudinaria marcha celebrada en agosto de 2016 bajo la consigna “Ni Una
Menos”. Crédito: Noemí Melgarejo/IPS
 
“Es como
si se fuera dando paso a una nueva expresión de un sujeto colectivo feminista
diversos, como si hubiera una verdadera primavera feminista que desafía las
bases de un patriarcado fuerte, violento y poderoso. Las luchas son cada vez
más cuestionadoras de las relaciones de poder en todos los ámbitos”, analizó.
Beramendi
consideró que “más que establecer diferencias” con movimientos del Norte,
 “hay cuestiones que nos unen a las luchadoras de distintas partes del
mundo”.
Pero
subrayó que la región cuenta con instrumentos únicos como la Convención Interamericana para
Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer

adoptada por la Asamblea General de la Organización
de los Estados Americanos
, en 1994, en la ciudad brasileña de Belém
do Pará.
Para
ella,  campañas como #MeToo “contribuyen a sacar de la esfera privada
formas de opresión que han vivido mujeres que tienen un nivel de visibilidad
alto y que tienen acceso a los medios de comunicación masivos. Creo que es
parte de la disputa simbólica”.
La
activista uruguaya desestimó las críticas a movimientos como  #MeToo por
escoger como ámbito de acción concursos de belleza o premiación de artistas.
“También
es válido que pensemos lo que significa que haya cada vez más lugares donde las
mujeres que tienen un micrófono expresen que han sufrido acoso y violencia. No
quiero caer en una visión maniquea del mundo. Los cambios siempre tienen algo
de ruptura y continuidades, en el afuera y adentro de nosotras mismas. No son
una línea ascendente y en los avances hay contradicciones”, sintetizó.
La
argentina Karina Bidaseca, coordinadora del Programa Sur Sur de Clacso, destacó
a IPS que movimientos como Ni una Menos o Ni Una Más, “han logrado traspasar
las fronteras, ser la expresión de una voz colectiva y enfrentar el poder
patriarcal que estructura nuestra sociedades”.
Fue
justamente una mexicana, la antropóloga Marcela Lagarde quien acuñó el término
feminicidio, incorporado por el activismo mundial de género, al que le dio
además un significado político al responsabilizar al Estado por su omisión o
incumplimiento de sus obligaciones por estos homicidos de género.
Para
Bidaseca, los activismos feministas del Norte no representan a la región.
Los
movimientos argentino o mexicano, o el del “feminismo paritario” en Perú, el
“feminismo comunitario” en Bolivia o la Marcha del Buen Vivir de las mujeres
mapuches, en Chile y Argentina, “emergen en contextos singulares y expresan
esos mismos contextos históricos, políticos y sociales”, aseguró.
Editado
por Estrella Gutiérre