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Masturbarse en público no se considera acoso en Ciudad de México

Angela Campos Petit de Murat 28/02/2018
El martes 20 de febrero del 2018 me pasó por primera vez.

Estaba sentada en el metro al lado de la ventana. Un señor se sentó a mi lado (en el vagón de mujeres). Sentí que se pegó un poco a mí, así que me pegué más a la ventana, pensando que se estaba acomodando.

Pasando Eugenia, comenzó a meterse la mano en el pantalón, moviéndola. En cuestión de segundos se me hizo un nudo en la garganta, se estaba masturbando abiertamente en frente de mí y de todas. Me paré inmediatamente, bajé del vagón y en la estación División del Norte le dije al conductor del tren lo que había sucedido. El conductor llamó a la policía, que nos interceptó en la siguiente parada, Zapata. Les señalé quién era el hombre, y se lo llevaron junto conmigo.
Denuncien, los agresores normalizados y privilegiados nos llevan chingando mucho tiempo.

Mientras íbamos caminando hacia el lugar donde me iban a tomar los datos, el señor me decía “pero ni estoy borracho señorita, cómo cree que voy a hacer eso”. Me tomaron los datos, y me intentaron convencer de que no denunciara, diciéndome que no era acoso. Llegó el suboficial Jaime Murcia Escalera (indicativo Delta 7, responsable de la línea 3 del metro), quien me apoyó hasta el final de mi proceso, diciéndome que denunciar era lo mejor que podía hacer.

Me escoltaron hasta las oficinas de la PGJ del metro Balderas. Inmediatamente subí y hablé con una licenciada que me explicó algo muy triste: masturbarse, e inclusive eyacular en público, no se considera acoso, por ende no es un delito, solo una falta administrativa, o por lo menos esa era la legislación vigente hasta el momento. No podía (ni puedo) creer que algo que me hizo sentir tanto desagrado, dolor, frustración y sobretodo violencia no fuera un delito por el simple hecho de que el hombre no me tocó físicamente, cuando sí tocó muchas otras partes de mí con su acto deleznable y todo lo que este representa en la situación actual del país.
Al final me dieron dos opciones: pasar por todo el proceso (entrevistas, chequeos, etc.) para llegar a un juez cívico que lo sentenciara por una falta administrativa, o, como segunda opción, pedir que registraran al agresor en la base de datos de la procuraduría, notificaran a su familia de la agresión, y lo detuvieran 48 horas.
Por cuestiones obvias de impotencia (tanto mía como la de las mujeres que me atendieron en el ministerio) hacia los legisladores y sus decisiones heteronormativas, no pasé por todo el proceso y me fui por la segunda opción. Terminó mi noche con toda mi familia recibiéndome afuera del ministerio, felicitándome por ser valiente y denunciar dentro de lo posible. Es triste pensar que el denunciar amerite una felicitación, ya que es señal de lo poco común y lo difícil que es hacer lo que necesitamos hacer.
Escribí este testimonio porque en lo personal supe qué hacer al leer otros testimonios y supe que no debía escuchar cuando me impulsaron al silencio.
Me sentí muy abrumada, me cuestionaban agresivamente, me culpaban, me amenazaban, y se burlaban de la situación de las mujeres, diciendo que ‘nada más fue una chaquetita’.
Nunca esperé que mis palabras se volvieran virales, y fue muy impresionante ver todos los matices y escalas de la violencia en la sección de comentarios; desde manifestaciones de micromachismos por parte de trolls, hasta amenazas de violación y muerte por parte de personajes atemorizantes y cobardes.
Me sentí muy abrumada, me cuestionaban agresivamente, me culpaban, me amenazaban, y se burlaban de la situación de las mujeres, diciendo que “nada más fue una chaquetita” y que “somos privilegiadas porque solo por enseñar las chichis tenemos nuestros propios vagones en el metro”, ejemplos de la grave desinformación que existe en torno a la violencia de género.
Pero como siempre, existe un rayo de luz. Por cada comentario machista y preocupante, hay tres esperanzadores y luchadores de parte de personas de todos los géneros. Me han contactado personas agradeciéndome por mi testimonio, presentándome sus casos, diciéndome que gracias a las palabras de otras mujeres se van a atrever a hablar.
Estamos desafiando a la hegemonía machista, sostenida por el consenso y por la fuerza. Al desmantelar el consenso misógino con nuestra lucha, lo único que puede hacer el machismo es apelar a la fuerza. Lo evidencia la violencia que estamos viviendo y la seguridad y tranquilidad que estamos sacrificando; todo para obtener equidad social, económica y política.
Como le dije a un hombre que comentó mi publicación diciendo “ojalá te partan tu puta madre o te violen a ver si así se te quita lo verguera”: ni así me voy a rendir. Y no voy a permitir que se siga llegando a grados de violencia ultra agresiva para denunciar y hablar. Lo que está sucediendo es sumamente escandaloso, tratémoslo como tal.
Denuncien, los agresores normalizados y privilegiados nos llevan chingando mucho tiempo. Por lo menos hay que chingarlos un rato.