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El “ala salvaje” de los talibán

AMADOR GUALLAR 4 FEB. 2018
Si el diablo tuviera nombre, éste sería Sirajuddin Haqqani, actual líder de la Red Haqqani, el grupo afiliado a los talibán que está detrás de los ataques terroristas más sangrientos de la historia de Afganistán.

Tanto es así que hasta el propio mulá Omar, el fundador de los talibán muerto en 2013, se acabó alejando de él debido al sadismo y la crueldad con los que Sirajuddin llevaba a cabo sus operaciones. En ellas, sus escuadrones de la muerte filmaban en vídeo ejecuciones públicas en masa, torturas, asesinatos y secuestros.

¿Qué es la Red Haqqani? ¿Quién está detrás de su visión hermética y fanática del islam? ¿De dónde sale el dinero para financiar las actividades del grupo? ¿Por qué campa a sus anchas en el norte de Pakistán sin que Islamabad ponga fin a una organización terrorista cuyo ‘modus operandi’ está basado en el castigo físico o la muerte de todos aquellos que no acepten vivir según sus reglas?
Hace una semana, el grupo llevó a cabo uno de los peores atentados que se han vivido en Kabul, matando a 103 personas e hiriendo a otras 250. Utilizaron una ambulancia bomba para hacer volar por los aires una calle llena de civiles. Un acto de barbarie a la altura de las ejecuciones masivas de Estado Islámico. En mayo del año pasado, otro de sus ataques mató a más de 200 civiles e hirió a 600 en la plaza Zanbaq, en los aledaños de la Zona Verde.
Los Haqqani están organizados según la estructura de una mafia familiar que se gestó en la ‘madrasa’ (o escuela coránica) de Dar al-Ulum Haqqaniyya, en Pakistán, de cuyo nombre deriva esta particular ‘Cosa Nostra’ de militantes yihadistas suníes con base en el Norte de Waziristán, que operan a sus anchas en las zonas tribales entre Pakistán y Afganistán.
Allí no sólo entrenan y preparan sus atentados, sino que también dan cobijo a otras organizaciones terroristas como Al Qaeda, Movimiento Islámico de Uzbekistán o Lashkar-e Taiba, entre otras.
Los protectores de Bin Laden
La Red, que hoy por hoy cuenta con entre 2.000 y 4.000 combatientes, según estimaciones de Washington, fue creada a principios de los años 70 por Jalaluddin Haqqani con el objetivo de luchar contra Mohammad Daud Kahan, quien apoyado por la Unión Soviética se hizo con el poder en Afganistán a través de un golpe de Estado. Esa fue la chispa que encendió el fuego de la yihad. Pocos años después, el grupo resultó fundamental para derrotar a las tropas del Kremlin. Para ello recibieron la ayuda logística y militar de Estados Unidos. El monstruo acababa de nacer.
Acabado el conflicto contra los rusos, los Haqqani se metieron de lleno en la guerra civil de Afganistán, respaldando a los talibán hasta que éstos tomaron Kabul en 1996. Jalaluddin se convirtió en el ministro de Fronteras del régimen, mientras sus acólitos empezaron a planear la yihad internacional, motivo por el que se acercaron y celebraron la figura de Osama Bin Laden, creando y administrando los campos de entrenamiento para Al Qaeda. Tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y la posterior invasión de la coalición internacional, el grupo fue el encargado de esconder a Bin Laden en las montañas de Tora-Bora y organizó su huida hacia Pakistán.
La táctica fundamental de la Red Haqqani es el terror puro y duro. No en vano se les considera como los pioneros en Afganistán de los ataques bomba utilizando a suicidas, que han marcado un antes y después en las estrategias del yihadismo internacional. Además, importa y exporta sus tácticas a través de su estrecha relación con combatientes de Arabia Saudí, Uzbekistán y Chechenia, entre otros. Su estrategia de ataques suicidas también ha sido copiada y perfeccionada por otros grupos terroristas como Estado Islámico.


Financiados mediante el crimen organizado
Los Haqqani tienen varias fuentes de financiación como la extorsión y el secuestro, pero también cuentan con negocios legales en países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Allí tienen inversiones inmobiliarias dirigidas por Khalil al-Rahman Haqqani, el hermano del actual líder, sin ningún tipo de oposición por parte de dichos Estados a pesar de que Washington, también ambiguo al respecto, las ha denunciado en numerosos ocasiones.
Por otro lado, fuentes de la Inteligencia norteamericana han reportado que también mantienen negocios en China.
Sin embargo, la principal fuente de ingresos del grupo terrorista se encuentra en Pakistán, donde, según el Pentágono, cuentan con una gran variedad de empresas de fachada utilizadas para el lavado del dinero obtenido a través de la extorsión, el tráfico de armas y drogas (en especial la heroína y el hachís venidos de Afganistán) y el secuestro.
Estas compañías se extienden por casi todos los sectores de la economía paquistaní e incluyen negocios de importación-exportación, inmobiliarias, concesionarios de coches, compañías telefónicas y de construcción.
En cuanto a los secuestros, los Haqqani han conseguido millones de dólares en el país vecino focalizándose en los hombres de negocios afganos más pudientes, así como en la comunidad extranjera. De hecho, el servicio secreto afgano sigue asegurando que el nombramiento de Sirajuddin Haqqani como mano derecha del actual líder de los talibán, el mulá Haibatullah Akhundzada, está relacionada con el desarrollo de este tipo de crímenes, así como en la participación por parte del grupo en el lucrativo negocio del tráfico de drogas.
El presidente afgano, Ashraf Ghani, el jefe del Ejecutivo, Abdullah Abdullah, el ex presidente Hamid Karzai, así como gran parte de la clase política afgana llevan años asegurando que los servicios secretos de Pakistán, el conocido como ISI, no solamente opera en connivencia con el grupo, sino que lo utiliza activamente para desestabilizar Afganistán.
“La mayoría de los ataques Haqqani se planean en Pakistán y están auspiciados por el ISI”, asegura Masoom Stanikzai, el jefe del Directorado Nacional para la Seguridad (NDS, por sus siglas en inglés), la agencia de espías afganos.


Impunidad en Pakistán
La relación entre el ISI y la Red Haqqani es tan profunda que, tras la masacre de hace una semana en Kabul cerca del Ministerio del Interior, Stanikzai acusó directamente a Pakistán de estar detrás de la violencia en el país. “Pakistán no sólo protege a los terroristas, sino que les da libertad de acción para que puedan prosperar. Así nunca habrá paz”, añadió.
Por otro lado, también aseguró que “cada vez que intentamos establecernos como un país puente para el comercio en la región, como la reciente ruta comercial entre Afganistán y India a través del puerto de Chabahar, se produce un aumento de la insurgencia”, según reportó el canal de televisión afgano 1TV.
“En estos momentos Pakistán sólo quiere venganza debido a la presión internacional”, dijo, refiriéndose a la reciente retirada de los 2.000 millones de dólares anuales en ayudas militares que, hasta ahora, recibían de Estados Unidos, porque “a cambio sólo hemos obtenido engaños y mentiras”, según declaró recientemente el presidente norteamericano, Donald Trump.
A pesar de que en septiembre de 2012 la Casa Blanca incluyó a los Haqqani en la lista de organizaciones terroristas internacionales, y que en noviembre de ese año la ONU los condenó por “participar, financiar, planear y facilitar actividades con entidades y grupos asociados con los talibán, que representan un peligro para la paz, la estabilidad y la seguridad de Afganistán”, según un comunicado de la organización, los intentos para acabar con sus tentáculos y operaciones han fracasado.
De hecho, hoy por hoy, el bastión de la Red Haqqani al norte de Pakistán sigue siendo invulnerable a cualquier ofensiva militar de Islamabad. Mientras, el Gobierno de Kabul acusa al país vecino de no querer acabar con el grupo de los talibán más salvajes, que siguen exportando su barbarie, causando una sangría de cientos de muertos al año en Afganistán.