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Navidad en la diversidad

Maria Àngels Viladot 23.12.2017

Navidad es sin duda un majestuoso evento y muchos le damos un significado especial. Es tiempo para practicar la reflexión y la introspección profundas y, al mismo tiempo, para compartir la alegría de los rituales navideños.

Igual que en Cataluña un clásico cultural navideño es Los Pastorets, una de las experiencias de comunicación ritualista en los Estados Unidos -sobre todo en Nueva York-, y en un gran número de países occidentales, es El Cascanueces de Tchaikovsky. Por ejemplo, también durante las fiestas de Navidad se representa en Barcelona en el Gran Teatro del Liceo. Sin embargo, no significa un ritual ni mucho menos tan arraigado como lo es en Nueva York. Un número ingente de familias (padres, abuelos y criaturas) son espectadores cada año de una versión reducida, más adecuada para los niños y las niñas.
El Cascanueces es un fantástico cuento-ballet de hadas ambientado en una gélida y nevada Nochebuena
Por decir una cifra, el Ballet de Nueva York en la temporada navideña del año pasado vendió 45 funciones, con un total de más de 100.000 entradas. Y eso sin contar las decenas de funciones, muchas gratuitas, que hacen otras compañías por toda la ciudad. El Cascanueces es un fantástico cuento-ballet de hadas ambientado en una gélida y nevada Nochebuena en la que una jovencita llamada Clara recibe como regalo un cascanueces. Este gana un combate contra un ejército de ratas liderado por un malvado rey rata. Tras la batalla el cascanueces se transforma en Príncipe y lleva a Clara hacia la tierra de los dulces.
Por supuesto los caucásicos cristianos se sienten vinculados al espectáculo de este cuento-ballet porque se celebran sus rituales navideños. Cabe sumar (me parece evidente) que cuando la actuación surge de la comunidad local los lazos de unión entre los espectadores y entre estos y el espectáculo son más estrechos que cuando la exhibición es a cargo de una compañía profesional – como el citado Ballet de Nueva York en el Lincoln Center y este año el Ballet del Teatro Nacional de Praga en el Liceo barcelonés- donde los bailarines y los que colaboran entre bastidores normalmente no son de la comunidad. Pero esto no quiere decir que igualmente circulen sacudidas colectivas de referencia cultural.
De ahí mi curiosidad: ¿cuándo las familias de etnias y razas diferentes miraban atentamente el espectáculo, se estaban comparando con los bailarines que interpretaban el cuento? Por ejemplo, Clara procede de una familia europea ostensiblemente adinerada y disfruta de una espléndida fiesta navideña. ¿Se confrontaban a cuestiones de identidad étnica y estatus socioeconómico? No me refiero a los que no festejan la Navidad o cuando la festividad se celebra en una estación diferente del año, sino a los que no son caucásicos o de un nivel socioeconómico menos opulento que el de la familia de nuestra heroína. Puesto que la Historia inmortaliza antiguas realidades, creencias culturales y religiosas, pensé que todo ello podía reavivarse también a través de la danza y afectar el juicio social.
Y, de hecho, ya hace tiempo que así lo entendió el coreógrafo y bailarín Alvin Ailey cuando crea, en los años setenta del siglo veinte, en plena diáspora africana y ante la hegemonía de la cultura blanca en la danza clásica, una compañía de ballet moderno comprometida con el sentido auténtico de lo que es ser “negro” y eliminando con el dominio de la belleza en la forma los prejuicios que los encapsulan. Sus bailes prodigiosos – por ejemplo, The Magic of Katherine Dunham o también Victoria, entre muchos otros- muestran a una audiencia global como se puede hacer danza clásica, habitada principalmente por “otros artistas”, con técnicas subversivas que les permiten encuadrar y redefinir su minusvalorada pertenencia negra. Tanto es así que han sido capaces de formar parte del grupo de estos otros artistas sin olvidar su identidad, única de valores históricos compartidos con los otros como ellos. El resultado: una maravillosa, pulcra y genial conspiración en contra de las expectativas, normas y estereotipos prescritos para los artistas negros. En mi opinión nos encontramos ante una portentosa y extraordinaria muestra de innovación social.
Sin duda, dos experiencias culturales y ritualistas en las antípodas una de la otra – El Cascanueces y los bailes de la compañía de Alvin Ailey- que nos fascinan de pericia y belleza. Pero también por lo que nos enseñan sobre la riqueza del mundo diverso en el que vivimos. El reconocimiento de la heterogeneidad desde el respeto y la integración es un valor en alza, rotundamente necesario en las sociedades de hoy globales e interconectadas.
En el transcurso del siglo XXI, la diversidad en nuestro país será, en el siglo XXI, una característica cada vez más presente e incisiva. A mí me parece que Navidad puede ser el espacio mágico para reflexionar, sin olvidarnos de los turrones y los barquillos, las ponsetias, las ramas en fruto de acebo y las guirnaldas. De los brindis espumosos de cava en armonía cristalina y las doce uvas …. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Año Nuevo!