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Erradicar la misoginia, en el fin del principio de los tiempos

Tertuliano, padre cristiano, en el S.III antes de Cristo lo explicó muy bien cuando exigía que el rostro de las mujeres permaneciese oculto porque era una tentación irresistible, tan peligroso que por su culpa “fueron lanzadas piedras que llegaron al mismo cielo” y por ello “debe permanecer en la penumbra. No por acaso en el rostro de las mujeres se esconde una de sus armas más poderosas y traicioneras: la lengua”. 
Las mujeres fuimos degradadas a una categoría inferior, incluso, a la de ser humano. Así lo refleja el mandato de Lutero de que nunca podríamos ser nuestra propia dueña porque Dios creó nuestro cuerpo para que perteneciese al hombre, para que tuviésemos hijos y los criásemos. “Dejadlas -decía- que vayan pariendo hijos hasta que eso les provoque la muerte, porque para eso están”. 
Hay tantos testimonios… Un proverbio común a diferentes culturas asegura que la única esposa buena es la que calla. Entre los griegos de Asia Menor se creía que si una mujer tenía -usaba- su lengua, se frustraban sus posibilidades de encontrar un marido. Entre las tribus de Mongolia estuvo prohibido por más de mil años que las mujeres pronunciaran una extensa gama de palabras que sólo los hombres estaban autorizados a utilizar. También encontramos la imposición del silencio a las mujeres como condición previa a su sometimiento en la religión sintoísta de Japón. Según su tradición, fue una mujer la primera en hablar cuándo nació el mundo y por eso tuvo un monstruo por hijo. Fue interpretado como la señal de que eran los hombres los legitimados para hablar, y así se viene haciendo desde entonces.
El lenguaje es un muestrario-monstruario de sexismo, o, por hablar con propiedad, de misoginia. Las ideas que representan las palabras son las mismas que nos prohibieron -y penalizan todavía hoy- que tomemos la palabra y nos hagamos públicas. El silencio impuesto las mujeres, esa ablación simbólica de la lengua, es una forma real y brutal de violencia machista, que, por asumida, no se suele advertir ni combatir.
Tal vez tomando conciencia de estos prejuicios clavados firmemente en las mentes de una mayoría social, se les podría poner remedio. Pero primero hay que diagnosticar la enfermedad, el defecto. A continuación, se le buscará remedio. Y mientras tanto, hay que testar el nivel de interiorización, consciente o inconsciente, de aceptación íntima y no revelada, que se precisa para superar esta manera de concebir la relación entre os sexos, sustentada en el precepto patriarcal de la superioridad masculina -supremacismo machista- y la inferioridad femenina -la eterna víctima disponible/dispuesta para el sacrificio-.
Cuando se producen evidencias de los mecanismos mentales que sustentan decisiones judiciales propias del paleolítico inferior, reaccionamos con incredulidad, pero la ley es lo suficientemente elástica como para permitir la convivencia, la conveniencia, de un argumento y del contrario.

El lenguaje es un muestrario-monstruario de sexismo


No basta con tener una excelente memoria. Ni una gran motivación. Ni una inteligencia privilegiada, para el ejercicio de la justicia. Como no es suficiente con tener una complexión atlética, estatura, ojo clínico para disparar y buenos reflejos, para cuidar del orden público. Esos atributos son necesarios, pero como imprescindible-imprescindible debería procurarse el borrado de los prejuicios patriarcales que sólo se pueden “resetear” si son identificados previamente.
No sé como hay que hacerlo, pero cosas más difíciles se han conseguido cuando hay un propósito político detrás. Que las personas que tienen que juzgar a una manada de violadores retratados por sí mismos y alentados entre ellos mientras sometían a una mujer, casi menor, a un trato sexual vejatorio, violento e intimidatorio, y que además tienen, en la mayoría de los casos, licencia para portar armas por ser agentes de la autoridad, y que eso no se tenga en cuenta desde el primer momento en que esa misma mujer se expone al escarnio público que supone denunciar y pedir castigo para tal latrocinio, indica -cuando menos- un nivel de enfermedad social que no se resolverá si no lo identificamos con todas las palabras precisas.
Por mí no va a quedar. Pido que se saneen las cloacas mentales donde anidan reflejos misóginos valorados como argumentos del poder que legitima el (y al) sistema. Si hay que reeducar, hágase. Y si en el camino quedan quienes no puedan, o no quieran, acomodarse a otros valores, que se queden al lado y se les busque otra ocupación. Pero no podemos avanzar con esta rémora que será inamovible si no media una decisión fuerte, general y fundamentada, para que esta mentalidad inhumana cambie.
He dicho.