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Charlotte Delbo, comunista, valiente, deportada, superviviente

Pilar Aguilar
Acabo de descubrir la existencia de esta mujer y me he quedado impresionada. Por eso quiero compartir mi descubrimiento.
Nació en 1913 y murió en 1985, de un cáncer de pulmón.
Francesa, hija de emigrantes italianos.
Estudió secundaria hasta los 16 años y luego hizo una formación de taquimecanógrafa bilingüe y empezó a trabajar.
Con 19 años ingresó en las Juventudes Comunistas.
Compatibilizaba el trabajo con la asistencia a la Universidad Obrera (una de esas instituciones tan militantes, tan generosas, tan radiantes, tan llenas de esperanza que ya se han perdido…). Allí, desde 1930 a 1934, estudió filosofía con Henri Lefebvre y Georges Politzer y siguió cursos de economía política. Y en esa universidad se encontró con Georges Dudach que, al igual que ella, era militante comunista. En el 38 se casaron.
Louis Jouvet (quizá en España no es conocido pero en Francia es un gran clásico del cine y el teatro) la contrató como secretaria particular con la misión, entre otras, de estenografiar y dactilografiar los cursos que él impartía en el Conservatorio.
En el 41, cuando la mitad de Francia estaba ocupada por los alemanes y la otra mitad bajo el régimen de Viky, la compañía teatral de Louis Jouvet se fue de gira por Sudamérica.
Estando en Buenos Aires, en septiembre 1941, le llega la noticia de que un amigo suyo ha sido detenido y guillotinado por llevar panfletos  anti nazis.
Entonces ella, contra los consejos horrorizados de Jouvet y todos los demás miembros de la compañía, decide volver inmediatamente.
En cuanto pone un pie en Francia, se enrola junto con su marido en la Resistencia clandestina.
Esta decisión suya de volver para enrolarse en la Resistencia me deja sin habla: estar a salvo y decidir arriesgar tu vida en defensa de tus ideales. Se dice pronto, pero es de un valor tan radical…
Al año siguiente, ella y su marido (así como otros muchos comunistas resistentes: Georges Politzer, Marie-Claude Vaillant-Couturier, Jacques Decour, Jacques Solomon et Hélène Solomon-Langevin…) fueron detenidos.
Dos meses después, fusilaron a su marido. Tenía 28 años.
Ella corre mejor suerte. Es encarcelada, primero en Francia, luego, en enero del 43, es deportada a Auschwitz junto con otras 230 mujeres. Todas llevan el triángulo rojo que marcaba su condición de presas políticas. Cuando, tres días más tarde, entran en el campo de concentración lo hacen cantando La Marsellesa! Del grupo de 230 deportadas, Charlotte fue una de las 49 supervivientes. Ese porcentaje de supervivientes es excepcionalmente grande en comparación con el de otros grupos. Ella lo explica por la confluencia de diversos  factores pero resalta el hecho de que todas, como militantes que eran, tenían un espíritu muy combativo y fuertemente solidario. Señala que hablaban mucho entre ellas y que, a veces, hacían «grupos de recuerdos».
A año siguiente, en Ravensbrück, organizan representaciones de obras de teatro cuyos textos reconstruye de memoria.
En sus escritos posteriores a la guerra, Charlotte destaca que, para su supervivencia personal, le sirvió enormemente ese esfuerzo por recordar obras teatrales, así como recordar poemas (a mí, en una situación incomparablemente más leve, por supuesto, pero de duro aislamiento, también me resultó de gran ayuda recitarme poesías).
En su libro Aucun de nous ne reviendra (escrito poco después de la guerra pero publicado en el 65) considera que a pesar del espanto de los campos de concentración en los que «ningún animal habría sobrevivido», ella aprendió que hay algo que no tiene precio: la valentía, la bondad, la generosidad, la solidaridad y que todo eso le dio una gran confianza en sus semejantes (en fin, en los semejantes que tienen esos valores, digo yo).
En el 45 cuando fue liberada, volvió a Francia (aunque primero los llevaron a Suecia durante unos meses). Al poco, reanudó el trabajo con Louis Jouvet pero cayó en tremendas depresiones y se vio atormentada con ideas suicidas (recordemos a Primo Levy y otros). Tuvo que darse de baja y dedicar unos meses al reposo pues también su estado de salud era muy precario.
Una vez superadas tan tremendas secuelas, decidió que había que vivir intensamente y aprovechar al máximo los días que le fueran dados. Siguió militando y, más tarde, durante la guerra de Argelia, apoyó a fondo y por todos los medios a su alcance la independencia y se implicó en la denuncia de la tortura. Como ella decía, la ventaja de haber vivido el horror de los campos de concentración es que ya nada te da miedo.
No tuvo hijos y según dijo ella misma, nunca quiso tenerlos.