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Bebés secuestrados. Madres robadas

Pilar V. de Foronda
El robo sistemático de bebés con la connivencia de toda una trama que incluye a médicos, comadronas, enfermeras, personal de la limpieza, funcionarios de registro, enterradores, padres y madres adoptivos y, a estas alturas del siglo XXI, algún otro aparato que tiene que ver con la judicatura, tiene su pistoletazo de salida en noviembre de 1940 cuando el Ministerio de Gobernación legisla sobre los huérfanos de guerra. 

Este decreto afectará a los hijos e hijas de padres fusilados, desaparecidos, exiliados o perdidos por las cárceles, huidos y clandestinos y a las madres, esposas, hermanas que los acompañaban. Independientemente de lo que estas mujeres pensaran, sólo por el hecho de tener un marido, padre, hermano “rojo” debían ser depuradas, como bien explica Vallejo Nájera en su Eugenesia de la hispanidad. Regeneración de la raza (1937). Por esa razón, en algunos casos, ni siquiera se les reconocía el estatus de presas políticas. El ingreso en Auxilio Social, o en cualquier centro público, a través del Patronato de la Merced, y más tarde del patronato de San Pablo, significaba perder de forma automática la tutela legal. El decreto emitido por el Ministerio de Gobernación precisaba también que sólo podían obtener la tutela “personas irreprochables desde el triple punto de vista religioso, ético y nacional”.

En la cárcel de Las Ventas, proyectada por Victoria Kent e inaugurada durante la II República para albergar a quinientas mujeres, se encerrarán hacinadas en torno a once mil mujeres después de la guerra.
Los años en los cuales en España el pecado se convirtió en delito, donde la “proscripción civil” atraviesa toda la vida de quien se vea encausado/a y de toda su familia: un “hijo de rojo, un hospiciano del Auxilio Social, o de un convento, será siempre portador del estigma”. Vallejo Nájera dixit: “Y legarán a sus hijos un nombre infame: los que traicionan a la patria no pueden legar a la descendencia apellidos honrados.” (VINYES, R. 2002, 82 – 92). Criminales de pensamiento, palabra, obra y omisión por designio del Régimen.
En la cárcel de Las Ventas, proyectada por Victoria Kent e inaugurada durante la II República para albergar a quinientas mujeres, se encerrarán hacinadas en torno a once mil mujeres después de la guerra. Entre otras, las embarazadas y los hijos e hijas de las capturadas que habían ingresado con ellas en la cárcel. Esta situación lleva a que se cree en 1940 la Prisión de Madres Lactantes en un hotel en la orilla del Manzanares, en el número 5 de la Carrera de San Isidro, dirigida por María Topete Fernández, la cual implanta los métodos eugenésicos instigados por Vallejo Nájera. Madres e hijos/as solo podían estar juntos una hora, cualquier motivo ocasionará el castigo de la ausencia.
Madres e hijos/as solo podían estar juntos una hora, cualquier motivo ocasionará el castigo de la ausencia.
En 1942 eran tutelados por el estado, en las escuelas religiosas y establecimientos públicos, 9.050 niños y niñas. Un año más tarde, en 1943, el número de hijos e hijas de presos ingresados bajo la tutela del Estado, ascendió a 12.042. De esa cifra el 62,6 % eran niñas (7.538) y, si bien la mayoría de muchachos estaban dispersos en albergues y centros públicos, en cambio todas las hijas de reclusos fueron destinadas a centros religiosos.
Algunas mujeres se negaron a ver a sus familiares y entraron en las órdenes religiosas de acogida para “redimir” los pecados de sus padres: “Y a su niña se la quitaron y se la llevaron a un colegio de monjas. Entonces esta mujer escribe continuamente a la niña desde la cárcel hablándole de su papá. Que su papá es bueno, que recuerde a su papá. Y ya llega un momento en que la niña le escribe: “Mamá: voy a desengañarte. No me hables más de papá, ya sé que mi padre era un criminal. Voy a tomar los hábitos. He renunciado a padre y madre, no me escribas más. Ya no quiero saber más de mi padre.”Con el tiempo serán las madres solteras el objetivo de esta reeducación, muchas de ellas forzadas por sus propios padres a deshacerse de sus hijos, contando con la complicidad de monjas y médicos que oportunamente les asegurarán que el bebé ha muerto para que no se empeñen en criarlo.
Donde todo se monetariza, donde todo aquello que no tiene un precio parece ser que no existe, esta “red”, que comenzó con un fin redentorio e ideologizador, pasa a ser un negocio muy rentable para las personas que participan. Y es así que llegamos al siglo XXI, donde gracias a las redes sociales y a la constancia de los padres, madres, hermanos y hermanas de los “Los niños perdidos del franquismo”, como titularán el documental de TV3 Montse Armengou y Ricard Belis, se pueden empezar a contabilizar víctimas y a pedir memoria y reparación.
No existen muchas cifras, aquello que no se menciona no existe, y no hay más número fiable que el de 30.000 niños desaparecidos hasta el año 1952. A partir de ese año y hasta bien entrada la democracia, el número es incalculable.
No existen muchas cifras, aquello que no se menciona no existe, y no hay más número fiable que el de 30.000 niños desaparecidos hasta el año 1952. A partir de ese año y hasta bien entrada la democracia, el número es incalculable. Y no lo podremos saber hasta que algún organismo competente haga una estadística fiable y veraz. Podemos presuponer que un número inabarcable de mujeres y hombres españoles de entre 25 y 70 años de edad podrían desconocer todavía que tienen una identidad falsa. Uno de los últimos robos conocidos tuvo lugar en el año 1990 en Granada. La mayoría de las personas que estamos leyendo este texto ya habíamos nacido. Son cifras que conocemos poco, peor son las cifras del terror compartido. Cifras que asustan y dan la certeza de la necesidad de reivindicar con esta exposición la memoria de lo sucedido. Y con la denuncia, la exigencia de la reparación del daño: Justicia, memoria y reparación.