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Abusos sexuales a menores: cuando el monstruo vive en casa

VICTORIA LUNA 03.12.2010
Es un día cualquiera y Laura se prepara para su baño. Puede que fuera, en el salón, esté su madre, modista de profesión. O puede que no. Laura no lo sabe bien porque solo tiene tres años y su padre, abogado de éxito y un héroe para ella, la apremia para que se meta en la bañera. 
“Hay que lavarte y dejarte limpita”, le dice, y ella obedece sin rechistar. Ya en el agua, sobre la espuma, varios muñecos de goma flotan de aquí para allá. “¿Quieres que juguemos a lo de siempre?”, pregunta su padre. Ella ya sabe lo que viene después. Laura (nombre falso) tiene hoy 30 años y es una víctima de abusos sexuales en el ámbito familiar. Aunque era muy pequeña, recuerda con nitidez algunos de los episodios, pero no sabe con exactitud cuánto duraron. “Unos meses, creo. Supongo que tuvo miedo de que yo dijera algo comprometedor, aunque prefiero pensar que se dio cuenta de que lo que hacía estaba mal”. Nunca la forzó, ni le hizo daño, ni la amenazó. “Me decía que era un juego… Yo era su princesa, pero no podíamos contarle nada a mamá porque se enfadaría”. Ella nunca lo supo. Los abusos siempre consistían en tocamientos, besos, caricias… jamás hubo penetración. Y siempre era el mismo ritual. “Llegó un momento en que yo sabía lo que quería, lo que propondría, y me adelantaba convencida de que era la única forma de no decepcionarlo, de que no dejara de quererme”. Y así fue como Laura pasó a formar parte de una estadística tan invisible como siniestra: en España, el 19% de la población adulta admite haber sufrido abusos sexuales en algún momento de su infancia. En los varones este porcentaje es del 15,2%, y en las mujeres, del 22,5%. Así se desprende del único estudio a nivel nacional realizado hasta el momento, el que elaboró en 1994 el doctor Félix López, de la Universidad de Salamanca, por encargo del entonces Ministerio de Asuntos Sociales. El estudio publicado por Pereda y Forns (2007) con una muestra general de 1.033 estudiantes de la Universidad de Barcelona refleja abusos en el 15,5% de los varones y el 19% de las mujeres encuestadas. El Consejo de Europa, por su parte, publicó en noviembre pasado que el 20% de los niños europeos lo sufren. Pero eso no es lo peor. El 85% de los casos se producen dentro del ámbito intrafamiliar (padres, abuelos, hermanos, tíos, etc.), y uno de cada cuatro es una penetración vaginal, anal o bucal. Sin embargo, la mayoría de las víctimas guardan silencio. Cuando el monstruo vive en casa Laura calló durante años, segura de que lo había superado y de que su vida era normal. Su padre siguió siendo su padre, un hombre bueno a los ojos de todos, que se preocupaba de ella y de sus dos hermanas pequeñas, que trabajaba para clientes famosos y adinerados, un hombre culto… Incluso llegó a pensar que lo había imaginado. Nunca relacionó los abusos con su baja autoestima, sus episodios de bulimia, su inseguridad enfermiza, su tristeza, sus excesos. Así siguió, engañada, hasta que un día vio por casualidad una película sobre el tema que dinamitó en mil pedazos su coraza de secretos y mentiras. Recordó el asco, la culpa, la vergüenza, aquella sensación de suciedad que nunca se le iba del cuerpo. Pero, ¿cómo odiar a alguien a quien llevas 30 años queriendo? “La contradicción te come por dentro. Quiero pensar que aquella persona murió y que el de después es otro”, afirma Laura. “Su obligación era cuidarme, protegerme. ¿Cómo pudo hacerme algo así?”. Los síntomás más habituales en niños suelen ser tristeza, aislamiento, baja autoestima, conductas sexualidazas, pesadillas… “Cuando el abusador es el padre es especialmente difícil y doloroso”, explica Vicki Bernadet, creadora de la fundación que lleva su nombre, especializada en el asesoramiento y la prevención de los abusos sexuales a menores. “El miedo a romper la familia y a perder todo lo que uno tiene es demasiado grande”, añade. Ella lo sabe bien porque también fue víctima de abusos por alguien de su entorno. “Se produce una rotura de confianza y un abuso de poder… luego vienen el chantaje emocional, la coerción, el engaño y la manipulación”. “El adulto va generando culpa en el niño. Lo hace partícipe, le hace creer que si cuenta algo perderá todo, juegan con que el niño les quiere”, afirma Margarita García, psicóloga y presidenta de la Asociación para la Prevención y Sanación de Abusos Sexuales en la Infancia (Aspasi). Según esta asociación, más del 90% de los abusos son cometidos por hombres. Abuso de poder Joan Montane, hoy escritor de 48 años, tenía unos siete cuando su padre empezó a abusar de él. La suya era una familia de clase media, con dos hermanos y madre ama de casa. “Empezó como un juego. Nunca me amenazó ni usó violencia física, pero tampoco la necesitaba. Si lo hace tu padre está bien por decreto, no es discutible… Tiene acceso total y absoluto, el niño no tiene ninguna posibilidad”, añade. Y así continuó hasta los 14 o 15 años. “Te das cuenta de que es un secreto y sientes vergüenza, miedo y culpa… pero es la vida que te ha tocado, como niño no te planteas si es injusto o no, vives con ello”. Tampoco Charo (en la foto a la derecha), la pequeña de ocho hermanos, se lo planteaba. Su padre abusó de ella desde que tiene memoria, y aunque ella solo recuerda tocamientos leves, a los 7 años tuvieron que llevarla al hospital por un sangrado anal. “Casi siempre sucedía los sábados”, recuerda. “Me decía cosas como ‘ven, métete en la cama, que hace frío’… o ‘vamos, que te voy a enseñar al leer el periódico’. “Yo era su tesoro… No era el señor de la gabardina, sino mi padre. El monstruo vivía conmigo”. Su infancia pasó entre pesadillas, accesos de llanto, fobia a las puertas abiertas y vómitos matinales. “Me daba mucho asco. Tenía heridas en la vagina y me sentía sola, sucia, abandonada”, explica. Años después, tras la separación de sus padres, empezó a ser violada por uno de sus hermanos. “Cuando crecí me junté con los peores. Iba con ladrones, consumía drogas, no estudiaba nada… Tenía una conducta muy destructiva”. El secreto y sus consecuencias Lo habitual es que las víctimas sigan con su vida y dejen su secreto aparcado, sin ser conscientes de las consecuencias y sin que nadie a su alrededor se plantee que sus conductas se deban a que estén siendo o hayan sido abusados por aquellos que debían protegerlos. En niños, los síntomas más habituales suelen ser tristeza, aislamiento, baja autoestima, agresividad, masturbación compulsiva, vocabulario inapropiado, conductas sexualidazas, pesadillas, terrores nocturnos, fobias, ansiedad… A medida que crecen, pueden surgir problemas de orientación sexual al llegar a la adolescencia, y ya de adultos, es característico el uso del cuerpo y la sexualidad como método de acercamiento a los demás, lo que favorece la promiscuidad y, en los casos más graves, la prostitución. Suelen tener dificultades para poner límites y, por lo general, depresiones, trastornos alimenticios, problemas de relaciones sociales y de adicciones. En el caso de las mujeres, muchas se convierten en maltratadas. Otros acaban suicidándose. Como niño no te planteas si es injusto o no, vives con ello “La gravedad no es solo el abuso, sino el secreto guardado durante muchos años. Hace que sea un cáncer por dentro que va comiendo a la persona… Crea muchas limitaciones, es como caminar por la vida con muletas, y cada uno hace lo que puede por sobrevivir”, afirma Margarita García, presidenta de Aspasi. “Mi vida nunca ha sido normal, pero eso lo veo ahora, cuando ya he roto el silencio y me he enfrentado a las consecuencias”, cuenta Joan. Durante mucho tiempo vivió atormentado por la culpa, se sintió anulado, que no valía para nada y tuvo problemas con el juego. Eso condicionó sus relaciones. “Si no te valoras, es lo que vendes, lo que transmites, no te puedes relacionar de igual a igual de modo gratificante”. Él nunca había asociado sus problemas a los abusos y “tenía clarísimo” que se llevaría el secreto “a la tumba”. Pero un día, en un momento de crisis matrimonial, se lo contó a su mujer. Ella llamó a sus suegros y el pastel se descubrió. La madre y hermanos de Joan le creyeron, pero ni la primera se separó de su padre ni los segundos dejaron de verlo. “Fue una guerra importante”, dice haciendo memoria. “¿Ahora te acuerdas de eso?”, fue la respuesta de su progenitor. En los siete años que pasaron antes de su muerte nunca se vieron. La importancia de hablar En el caso de Charo tampoco se produjo un terremoto familiar. Tenía 19 años cuando le contó a su madre los abusos paternos y esta se limitó a decir que ella nunca vio nada malo. Cuando se le pregunta por qué no habló antes, responde: “Pensé que me iban a echar la culpa a mí. Sabía que aquello no estaba bien, pero piensas que ha sucedido porque tú lo has permitido”. “Es una lacra social; ocurre en todo tipo de familias, pero somos invisibles. La gente tiene que saber que existimos y que sufrimos”, sentencia Vicki (en la foto a la derecha). “El problema es que la gente no lo toma como problema. Hay cursos y charlas sobre drogas, anorexia, ludopatía… pero no sobre esto. Nadie piensa que vaya a pasar en su familia, no hay conciencia social”. “La perversión del abuso es que, la mayoría de las veces, por ignorancia del entorno, no se detecta, el niño se calla y 15 años después ya es tarde y tu mochila está llena de errores”, añade. “Si se coge a tiempo, las posibilidades de desarrollo normal del niño son del 90%; pero sin prevención no tienen una oportunidad. Sin concienciación, los adultos no pueden detectar algo que no tienen presente que pueda pasar”. Ella, tras abrir la caja de los truenos, buscó ayuda, pero no encontró nada. Por eso creó la fundación que hoy lleva su nombre (antes era la Asociacón FADA). Fue allí donde Joan halló el apoyo necesario, una vez desvelado el secreto, y pudo dar un giro a su vida. Ahora también él ha hecho de esto su lucha personal. Igual que Charo, que hoy, a sus 39 años, es terapeuta e intenta ayudar a otras personas. Igual que Margarita. Para superarlo lo primero es reconocer que ha pasado y que tú no tienes la culpa “Para superarlo lo primero es reconocer que ha pasado y que tú no tienes la culpa. El niño nunca es responsable”, afirma Margarita, al tiempo que señala la importancia de hacer terapia y buscar ayuda. “Si se trata en el momento, las secuelas son mínimas o nulas. Se tiene que contar, pero no para buscar culpables, sino para hallar soluciones”. Lo principal, coinciden todos, es recuperar tu vida. Por eso, en el camino hacia la superación, cada uno elige cómo seguir adelante. Joan rompió definitivamente con su padre; Laura, que nunca dijo nada al resto de su familia, se conformó con que el suyo le pidiera perdón; Charo se plantó en Bruselas tras años sin contacto para decirle que se acordaba de todo; Vicki vive dedicada a su fundación. Pero todos buscaron ayuda. Todos rompieron el silencio.