Poesía del día. Cintio Vitier

El rostro
Te busqué en la escritura de los hombres que te
amaron. No quería ver la letra, sino oír la voz
que a veces pasa por ella milagrosamente: oír
con sus oídos, mirar desde sus ojos. Quería ser
ellos, asumirlos, para verte.
Allí estabas, sin duda; pero siempres sucesivo como
las palabras de un poema; inalcanzable como el
centro de una melodía; disperso, como los pétalos
de una flor que el viento ha roto.
Mientras más avanzaba por el suave y ardiente
frenesí del bosquezuelo,más te me alejabas.
¿Eras aquel brillo de una hoja o un ala? ¿Eras
aquel largo rumor, aquel silbido? ¿Aquel silencio,
aquellas piedras de pronto tan pálidas?
Eras todo aquello, sin duda; pero cámo componerte,
rasgo a rasgo, con brillos, rumores, pausas?
Detrás estabas, respirando y brillando entero:
astro que ellos habían visto de frente, o entrevisto
en la bruma, o buscado como yo te buscaba,
y entonces lo que dejaban en mis manos era
también la noche del anhelo, el temblor de la
esperanza.
Te busqué en los paisajes que están vírgenes de
toda letra, que ningún nombre ha descendido
sobre ellos para amortajarlos, que están en la
palma de la mano de Dios como reliquias:
en la mirada nupcial de las estribaciones de la
Síerra y en el casto idilio pensante del
HanabanilIa,
Y aquella tarde, desde el mirador de San Blas, como
en la primera vaporosa mañana del mundo.
Y aquella noche, bajo la recia y dulce estrellada
del Escambray, en la Cabeza de Cristo yacente
mirando al Padre cara a cara: la cuenca del ojo
de roca, Ia nariz y los labios de roca, el pelo y
las barbas de árboles enormes e inocentes.
Y sin duda estabasa allí, pero un velo nos separaba,
sutil e intraspasable Y yo sentía en el alentar de
la naturaleza, siempre lejana, tu llamado
silencioso y apremiante, pero no podía responderle,
porque estabas y no estabas allí; o más bien
tu estar difuso era un señalarme hacia otro
sitio que yo no sabía encontrar; y me iba exaltado
y melancólico, el rayo de gracia caído entre las
manos, la gloria, suave, retumbando por el pecho,
disolviéndose.
Y te buscaba, siempre, también, en mí mismo.
¿Acaso no eras de mi linaje y de mi sangre? ¿No
eras, en cierto, modo, yo mismo? ¿No me bastaba
entrar en la memoria paru reconstruirte sabor
a sabor, secreto a secreto, como el huérfano que
palpa en la tiniebla los rasgos de la madre?
Pero ¿es posible de veras reconstruir el alba? Y sobre
todo, ¿no era yo mismo el mayor obstáculo?
¿Aquella conciencia que tenía de una pérdida,
de una caída, de un imposible, no era lo que me
impediría siempre alcanzar tu realidad?
Te he buscado sin tregua, toda mi vida te he buscado,
y cadav ez te enmascarabas más is y dejabas que
pusieran en tu sitio un mascarón grotesco,
imagen del deshonor y del vacío.
Y te volvías un enigma de locura, un jeroglífico
banal, y ya no sabíamos quiénes éramos, dónde
estábamos, cuál era el sabor de los alimentos del
cuerpo y del espíritu.
¡Pero hoy, al fin, te he visto, rostro de mi patria!
Y ha sido tan sencillo como abrir los ojos.
Sé que pronto la visión va a cesar, que ya se está
desvaneciendo, que la costumbre amenaza invadirlo
todo otra vez con sus vastas oleadas. Por eso
me apresuro a decir:
El rostro vivo, mortal y eterno de mi patria esta
en el rostro de estos hombres humildes que han
venido a libertarnos.
Yo los miro como quien bebe y como lo único que
puede saciarlo. Yo los miro para llenar mi alma
de verdad. Porque ellos son la verdad.
Porque en estosc campesinos, y no en ningún libro
ni poema ni paisaje ni conciencia ni memoria,
se verífica la sustancia de la patria como en
el día de su resurección.
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