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“Habrá que aprender a vivir con el terrorismo

20 Agosto 2017

El jihadismo aprovecha los efectos de la crisis económica y el vacío ideológico ligado al desencanto mundial para llevar a cabo una guerra de desgaste para debilitar a los estados democráticos. Su expansión no tiene freno.

Contrariamente a lo que se podía suponer en un primer momento debido a la metodología empleada –un auto arrollando la multitud en una zona céntrica de una ciudad europea–, el atentado de Barcelona no es producto de un lobo solitario sino de una célula que remite a los atentados de París del 13 de noviembre de 2015 y al del aeropuerto de Bruselas en marzo de 2016. El modo operativo de los terroristas es una copia del “sistema” inicial empleado el 14 de julio de 2016 en Niza por el tunecino Mohamed Lahouaiej Bouhlel y reiterado luego en Berlín, Londres o Estocolmo. El llamado terrorismo “low cost” que se sirve sólo de un vehículo para provocar el mayor número de víctimas posibles en zonas de alta frecuentación turística golpeó ahora España pero su montaje polifónico confirman lo que varios expertos vienen anunciando desde hace varios años: España es una de las retaguardias de los jihadistas del Estado Islámico. Los camiones o autos asesinos de Niza, Londres Berlín y Estocolmo respondían a iniciativas de simpatizantes aislados que, sin ordenes centrales, solos, decidían pasar al acto y aplicar la consigna global dictada por el portavoz y estratega del Estado Islámico, Abou Mohamed Al-Adnani, muerto hace un año en el Norte de Siria durante el ataque de un dron norteamericano. Barcelona no: como en París en 2015 o en Bruselas en 2016, se trató de un célula durmiente pero perfectamente entrenada y coordinada. Ya en 2015, el historiador y experto en movimientos jihadistas, Jean-Pierre Filliu, recordaba el hecho de que “los dos principales focos de propaganda, incluso de reclutamiento, son por un lado Cataluña y, por el otro, las ciudades de Ceuta y Melilla” –ambas situadas en territorio marroquí.

Para este experto, España siempre ha sido como una suerte de “eslabón” de los atentados cometidos en Europa en los últimos años. Dato importante: el francés Ayoub El-Khazzani, autor del fallido atentado en un tren Thalys, o Amedy Coulibaly, el terrorista que atacó el supermercado judío del Este de París casi en simultáneo al atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo, pasaron un tiempo en España. En junio pasado, la CIA evocó la posibilidad de que Barcelona podría ser objeto de un atentado. La mayoría de los expertos coinciden en señalar que Barcelona no es sólo un “foco” del jihadismo español sino, también, una suerte de base donde las redes jihadistas se reorganizan según el flujo que va y viene de Siria o Irak. Con más de 700 personas arrestadas desde 2004 y otras tantas expulsadas del país, los servicios de inteligencia españoles eran a menudo citados como ejemplo desde que, el 11 de marzo de 2004, un grupo ligado a Al-Qaeda perpetró el atentado más mortífero de la historia europea (192 muertos). Desde ese momento, la inteligencia española reorientó su trabajo: ETA dejó de ser la prioridad en beneficio de un aplicado trabajo entre los medios jihadistas. Con sólo 150 combatientes españoles alistados en las filas del Estado Islámico en Siria o Irak (unos 30 murieron y otros 25 regresaron contra 200 muertos franceses), España es uno de los países europeos que presenta uno de los perfiles más bajos de adherentes al grupo sunita radical. Según un informe presentado en diciembre de 2016 por Gilles de Kerchove, el coordinador europeo de la lucha contra el terrorismo, habría alrededor de 2500 combatientes europeos en el seno del EI, de los cuales entre el “15 y 20” murió en los combates en Siria e Irak, entre 30 y 35% regresó a sus países de origen y un 50% continúa en las zonas controladas por el Estado Islámico”. Kerchove había señalado el rompecabezas que representaban los combatientes que regresaban el Viejo Continente debido a que, lejos de romper sus lazos con el califato, “permanecen en contacto con el Estado Islámico a través de cuentas privadas en las redes sociales”. Al igual que lo que ocurrió con Bélgica y sus grupos activos que pasaron bajo todos los radares de las policías belgas y europeas y pudieron ensangrentar Europa, el problema español, o la pieza débil, parece situarse en los enclaves de Ceuta y Melilla y en el alto porcentajes de marroquíes que pelean en Siria e Irak junto al EI (unos 1500).

Si la explosión accidental de una departamento en Alcanar, la vísperas del atentado en Las Ramblas, pareció evitar un drama humano mayor, ello prueba no obstante el arraigo y la preparación anticipada de los terroristas. Como el equipo que atentó en noviembre de 2015 contra el Estadio de Francia, los bares de los distritos 10 y 11 de París y el teatro Le Bataclan, no se trata aquí de un solitario desconocido radicalizado por razones misteriosas sino de un operativo preparado de antemano y armado por una célula de al menos 12 personas, más un Imán de la localidad de Ripoll, Abdelbaki Es Satty actualmente en fuga y considerado como el cerebro del ataque terrorista. De Ripoll también eran oriundos los hermanos Driss y Moussa Oukabirm Mohammed Hychami y Younes Abouyaaqoub (de él se sospecha que conducía el vehículo que circuló por Las Ramblas de Barcelona). Tres años después del surgimiento público del Estado Islámico a través de la fulgurante ofensiva de junio 2014 lanzada en los territorios de Siria e Irak, el grupo conserva un poder de propagación y de destrucción intacto pese a los partes de victoria regularmente publicados por la coalición internacional que lo combate en Siria e Irak. La intervención norteamericana en Irak en el año 2003, la caída del difunto presidente Saddam Hussein y la descabellada decisión de desmantelar la policía Iraquí, el Ejercito iraquí y el partido Baas desembocaron, en 2006, en el nacimiento del Estado Islámico, el cual suplantó a Al-Qaeda en Mesopotamia. La segunda intervención norteamericana en Irak activó la bomba de tiempo que desde hace varios años azota a Occidente. Wassim Nasr, periodista del canal France24 y especialista del Estado Islámico (autor del libro “L’Etat islamique, le fait accompli”) comenta que estos actos terroristas “son un medio de debilitar a los Estados democráticos, de pesar en las opiniones públicas y de llevar a cabo una guerra desgastante” (Le Nouvel Observateur).

Según Nasr, este terrorismo responde a “la ideología del jihadista transnacional inventada por Al-Qaeda y retomada por el EI. Es, hoy, la única ideología revolucionaria en el mercado de las ideologías. Su fuerza reside en el hecho de que es al mismo tiempo contestataria y modulable a todas las formas de organización sociales transnacional y transétnica”. Las bombas que siguen cayendo en Irak o Siria o el trabajo de los servicios de inteligencia no bastan para frenar su expansión. A este respecto, Wassim Nasr argumenta que “hoy, los efectos de la crisis económica, el vacío ideológico ligado al desencanto mundial, el éxito de la propaganda del Estado Islámico permitieron una explotación más eficaz de esta ideología. El jihadismo es, en adelante, un fenómeno mundial y transnacional. Habrá que aprender a vivir con él”.
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