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Contra la maldición del petróleo

17 Agosto 2017

Guerras, corrupción y autoritarismo azotan a la mayoría de los países con grandes reservas de crudo y gas. ¿Es posible que Occidente deje de comerciar con esos productores?

Los jueces se quedaron estupefactos con lo que encontraron en aquel pisito de la elegante avenida Foch de París. En la mansión propiedad de Teodorín Obiang, valorada en 107 millones de euros, había discoteca, salón de belleza y gimnasio, grifos bañados en oro y cuadros originales de Degas y Renoir. En el garaje, más de 20 coches de lujo: Bentley, Mercedes, Rolls Royce, Bugatti, Porsche… Aquello era parte de una fortuna que se blanqueaba en el extranjero y había sido amasada, según la justicia europea y norteamericana, de forma ilícita por el hijo del presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema.


Guinea Ecuatorial encarna lo que algunos teóricos llaman la maldición de los recursos naturales. Es uno de los países más ricos de África gracias a sus reservas de petróleo. Desde que comenzó a explotarlas, hace un cuarto de siglo, el tamaño de su economía se ha multiplicado casi por 20. Nada de ello parece haber repercutido en el nivel de vida de sus ciudadanos (dos tercios de la población vive en extrema pobreza, con menos de dólares al día). Pero sí en la de una élite que ha hecho del país su feudo y lo gobierna con mano de hierro para mantener las reglas de juego.

Algo similar sucede en Irak, Siria, Arabia Saudí, Qatar, Nigeria, Venezuela… Salvo contadas excepciones, como EE UU y Noruega, los países ricos en petróleo son menos democráticos, menos estables económicamente y sufren más violencia (delincuencia, guerras) que los que no tienen crudo. El filósofo Leif Wenar, profesor en el King’s Collegue de Londres, reflexiona en torno a esta maldición en Petróleo de sangre (Armaenia). Responsabiliza en última instancia a los países consumidores por perpetuarla al acceder a comprar un petróleo obtenido de forma ilegítima y cuya venta sirve para financiar regímenes autoritarios como el saudí o la ofensiva del Estado Islámico. “En la mayoría de estos países, el petróleo comienza a ser explotado con una dictadura ya establecida y ese dinero fortalece al dictador”, explica el autor en una entrevista.

El “petromundo” que describe Wenar en su ensayo mueve más de dos billones de dólares al año. Aunque cada vez se habla más de la necesidad de reducir la dependencia de los combustibles fósiles, sus derivados aún están presentes en multitud de productos, como gafas, cremas, insecticidas, champú, detergentes, productos de limpieza, zapatos, envases de alimentos, cables, bolsas de plástico, juguetes… Pero tan solo el 16% de las reservas del petróleo se encuentran en países considerados “libres” por la organización Freedom House.

Propone Wenar dejar de comprar petróleo a esos países por considerarlo un robo a la población. “Existe una ley no escrita en el comercio internacional que convierte en legal en un país algo obtenido ilegalmente en otro. Pasa con el petróleo y con minerales como el coltán, con el que se fabrican los móviles, a veces obtenido con violencia extrema en República Democrática de Congo”, explica. También sucedió con los diamantes de sangre que financiaron las carnicerías de Charles Taylor en Sierra Leona y Liberia en los noventa.

Otro precedente significativo que el experto señala es la esclavitud. “Con el tiempo se abolió, a pesar del coste económico que acarreó. El fin del comercio de esclavos en el Atlántico supuso que miles de británicos perdieron sus empleos y sus negocios. El Gobierno tuvo que invertir parte de su presupuesto en buscar alternativas”, dice. No está de más recordar que, según recoge Wenar en su trabajo, las medidas para acabar con la esclavitud en el Reino Unido en el siglo XIX tuvieron un coste anual equivalente a casi el 2% de la renta nacional durante seis décadas.

Hoy la cuestión es si Occidente se puede permitir el lujo de vivir sin ese petróleo, y si está dispuesto a asumir el coste de promover una ley de comercio limpio que fuerce a esos países a repartir entre la población la riqueza que obtienen con sus recursos naturales. En EE UU esa posibilidad está, al menos, más cerca. En los últimos años, la primera economía del mundo ha reducido su dependencia energética —ya produce cerca del 80% de lo que consume; un nivel que parecía una utopía hace unos años— gracias al aumento del gas (sobre todo por las técnicas del fracking), la extracción de petróleo y el desarrollo de las energías renovables. La compañía BP calcula que EE UU será autosuficiente en materia energética a partir de 2021.

La situación es más complicada en Europa, que importa el 54% de la energía que consume (10 puntos más que en los noventa), según la oficina estadística comunitaria (Eurostat), y es altamente dependiente de los combustibles fósiles. Las crisis desatadas por los cortes del gas ruso son la mejor prueba de la vulnerabilidad del Viejo Continente en este aspecto. La amenaza que supone el cambio climático también debería impulsar un cambio. “Aunque solo sea por esa razón, deberíamos estar reduciendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles a una mayor velocidad”, advierte Wenar.

Su libro supone un complemento filosófico a la literatura económica sobre la maldición de los recursos. Los análisis de Joseph Stiglitz y Paul Collier han puesto de manifiesto las carencias institucionales de los países ricos en petróleo, que suelen tener, de media, un crecimiento más deficiente y con mayores desigualdades que el de los países sin estos recursos. Y no se trata solo del crudo. En lugares ricos en otras materias primas, como América Latina, una de las preocupaciones más recurrentes es cómo convertir esa riqueza natural en inversiones productivas.

La huella que deja el petróleo en los países ha sido documentada por el politólogo Michael Ross en The Oil Curse (la maldición del petróleo). Según sus cálculos, los países ricos en crudo tienen un 50% más de posibilidades de ser gobernados por regímenes autoritarios que los que no tienen crudo, y el doble de posibilidades de sufrir conflictos bélicos. “Desde los ochenta, los países en vías en desarrollo son más ricos, democráticos y pacíficos, salvo los que tienen petróleo en África y Oriente Próximo, entre otros”, afirma.

El poder que gira en torno al oro negro ha inspirado la obra de Daniel Yergin, uno de los principales historiadores del petróleo, mientras obras como Private Empire, de Steve Coll, sobre la norteamericana ExxonMobil (dirigida entre 2006 y 2016 por Rex Tillerson, actual secretario de Estado de EE UU), desgranan la gran influencia de estas compañías y las consecuencias de ser un país productor de petróleo.

Hallar crudo puede cambiar el devenir de un territorio. El rey Idris de Libia lo supo ver enseguida. Cuando, a mediados del siglo pasado, le comunicaron que se había encontrado petróleo, se lamentó: “Ojalá nuestra gente hubiera descubierto agua”.