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Minerales de sangre para la América de Donald Trump

6 Marzo 2017

A lo largo de su vida una congoleña tiene, de media, 52 veces más posibilidades de ser violada que una española. En la mayor parte de los casos, este asalto no tendrá un fin de satisfacción sexual del violador, sino que la mujer, la niña o la anciana será violada como símbolo de guerra para atemorizar y quebrar a toda su comunidad.

A los violadores les mueve la posesión de las minas, el maná por el que masacran poblaciones enteras y montan violaciones masivas. Hay mucho dinero en juego. Nada menos que el tráfico de la mayor reserva de minerales tecnológicos de todo el planeta: oro, columbita, tantalio, manganeso, casiterita y uranio en cantidades enormes bajo el suelo congoleño. Y un Estado corrupto, fallido, lejano (Kinshasa, la capital, está a 1.600 kilómetros) e incapaz de cobrar impuestos y controlar las minas tradicionales que proliferan por las regiones en guerra de Kivu Norte y Sur, donde cerca de 30 milicias armadas se disputan la posesión de estos yacimientos, financiadas además por vecinos como Ruanda y Uganda, que se benefician de este tráfico ilegal.

Las mujeres violadas son sólo la carne de cañón de ese sistema que empieza echando a poblaciones enteras de sus hogares y acaba en las zonas fabriles de Shangai, Taiwan o Ciudad Juárez en forma de batería de móvil, circuito eléctrico o cableado industrial. Periodistas como la congoleña Caddy Adzuba lleva años jugándose la vida para denunciar el hilo que une los minerales de sangre con los abusos a mujeres: “Es una guerra que se ha librado sobre el cuerpo de la mujer. Nosotras morimos para que ustedes puedan tener sus smartphones”.