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Matanza en Centroamérica: El muro de Trump condenará a los refugiados a una vida de violencia y miedo

20 Febrero 2017

La imagen de una docena de niños y niñas jugando detrás de una valla metálica, rodeados de guardias armados, lo dice todo: en uno de los barrios más peligrosos del mundo, hasta los juegos están confinados por medidas de seguridad.

El parque, recién construido, está en el barrio Rivera Hernández de San Pedro Sula, Honduras, una de las zonas más letales de la ciudad más peligrosa de uno de los países más violentos del mundo.

Pasamos junto al parque en un pequeño auto, con las ventanillas bajadas. El conductor, un joven que nació a unas manzanas del lugar adonde nos dirigimos, dice que los miembros de la banda local tienen que vernos: no les gustan las visitas de forasteros.

En el distrito de Rivera Hernández hay siete bandas rivales que controlan cada uno de los 39 barrios de la zona y la vida de los 150.000 hombres, mujeres, niños y niñas que viven en ella.

En varias paredes los grafitis muestran cómo está dividido el territorio y advierten a los vecinos de las consecuencias de cruzar hacia el otro lado.


Grafiti pintado por una mara en la Rivera Hernández, una de las zonas más peligrosas de Honduras.
Todas las personas que viven aquí conocen las reglas básicas: no confraternizar con miembros de una banda rival, no hablar contra la banda que controla tu zona, no negarse a entrar en la banda de tu barrio o a convertirse en la “novia” de uno de los líderes, pagar las “tasas” impuestas por la banda.

¿Cómo se castiga el infringir las normas? Con la muerte.

Camila, una maestra de 22 años, vino a vivir a la Rivera Hernández siendo adolescente, cuando su padre encontró trabajo en una fábrica local.

Crecer en la zona fue duro.


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