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La banlieue estalla de nuevo

19 Febrero 2017

La calle Edgar Degas, de Aulnay-sous-Bois, parece tranquila a medianoche. Es el eje de la zona conocida como Las 3.000, una vía suburbial flanqueada por bloques de viviendas y pequeñas zonas recreativas, fea pero no miserable. Poco tráfico, pocos peatones. La calma nocturna encubre la crispación. Tres jóvenes menores de 20 años, cubiertos con plumíferos de marca, beben refrescos y fuman en la oscuridad junto a unos columpios. Un coche de la policía pasa sin detenerse. “Voilà les petites salopes”, masculla uno de los chavales. Ellos llaman putillas a la policía. “La policía nos llama putillas a nosotros”, dicen. “Estamos hartos, tío, estamos hartos”.

En esta calle de la banlieue parisina vivía con su madre Hasna Aitboulahcen, una de las yihadistas muertas durante los atentados de noviembre de 2015. Aquí se han desarrollado varias batallas campales entre jóvenes y antidisturbios desde que el veinteañero Théodore Luhaka fue sodomizado con una porra policial el 2 de febrero. La atención de toda Francia está puesta aquí, en las barriadas, porque se teme una repetición de la oleada de violencia que en 2005 puso el país en estado de emergencia. Y hay elecciones presidenciales dentro de dos meses.

De un lado, los chavales de la ‘banlieue’ (y sus padres) acusan a la policía de acoso, de racismo, de desprecio. Según un estudio de la Oficina del Defensor de los Derechos Humanos, ocho de cada 10 jóvenes franceses negros o árabes han sufrido un control de identidad y un registro en los últimos cinco años. En cambio, solo uno de cada diez jóvenes blancos ha sido sometido a control en la calle.