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Leyendo a Martí, pensando en Fidel


No ha habido mayor homenaje a Fidel que el mismo pueblo libre por el que luchó lo abrace y se trueque en él. “Yo soy Fidel”, dicen todos: en Matanzas, en Santa Clara, en Camagüey, en Santiago… Cuba toda se tiñe de azul, blanco y rojo, y sobre los rostros de miles de agradecidos se deja ver su nombre, el que no necesita apellidos: Fidel.  La bandera más bella que existe está a media asta, Cuba llora, pero no guarda silencio; sale a las calles, le recita, le canta, lo acompaña, le agradece todo lo que la vida entera no alcanzó para decirle.

Pero como José Martí reconocía que el corazón llega pequeño a los labios cuando han de decir todo lo que en él se ama y llora, se me ocurre que no hay mejor manera de calmar la tristeza, esa lágrima constante que es mi Cuba desde el pasado sábado, que leer al Apóstol. Mejor no hablar, ¿quién soy yo para describir tanto sentimiento unido? Extraigo del librero su diccionario de pensamientos y exploro sus páginas, intento buscar consuelo.

De la muerte mucho habló Martí, hablaba sin miedo, como quien quisiera convencer a otros de que ella no es nada cuando se ha obrado bien, cuando se ha sido virtuoso. Porque a los corazones virtuosos no se les deja morir, razonaba el Héroe Nacional y quizás por eso Abel Santamaría dijo que era Fidel “el que debía vivir”.

Martí sabía que la crudeza de la muerte va inclusive en contra de toda grandeza humana, esa que hace mayor a los grandes y lástima a los que no lo son. Por eso dejó de afectarse por ella y se preocupó por vivir bien. Porque aunque a todo el mundo odie a la muerte, siempre llega, silenciosa, traicionera, sin pedir permiso. Es yegua blanca y cerrera como dijo Buena Fe. Es azul, blanca, color perla, pozo perdido, viaje, argumenta Martí.

Sigo leyendo al Apóstol: “Morir es seguir viaje”, escribió, como quien estaba claro de que a muchos calmaría con esa certeza. Y aunque de su propio puño y letra reconoció que es lo más difícil de entender en el mundo, también dijo desde lo más hondo que no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. “Truécase en polvo el cráneo pensador, pero viven perpetuamente, fructifican los pensamientos”.

Leo estas letras y evoco las últimas palabras de nuestro Fidel para Cuba, las del VII Congreso del Partido. “Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos”.  Lo recuerdo con tristeza. Pero vuelvo a sumergirme en Martí y es como si quisiera recalcarme que a la muerte se le ha de esperar con un beso cuando la vida se ha llevado con bravura.

Sé que fue bravo, Martí, tan bravo como el pueblo que aunque su cansancio se haga físico le habla, le dice que está con él, le canta el Himno de Bayamo. “No temais una muerte gloriosa, que morir por la Patria es vivir”.

“Morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar”, sigo leyendo a Martí y entre lágrimas te repito #HastaSiempreComandante. Oigo bien alto a Sarah González y su canto “A los héroes se le recuerda sin llanto”, y repaso ese diálogo hermoso de la Nené Traviesa de Martí:

—Papá, ¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes? “Si yo me muero yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul”.

No sé si en la estrella azul, pero si existe; allí estará de seguro junto a los grandes.