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FOTOS | La tenacidad de los refugiados de Burundi en Tanzania

7 Agosto 2016


Mirno Pasquali ha trabajado como responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tanzania, donde ha podido observar cómo los refugiados de Burundi luchan cada día por sobrevivir con lo poco que lograron llevarse de sus casas
“Cuando llegan a Tanzania, muchos de ellos hambrientos y con síntomas de haber sufrido violaciones y palizas, se ven obligados a permanecer durante meses en un campo de refugiados hacinados y en unas condiciones sanitarias lamentables”, recuerda MSF
Asentamientos colectivos para refugiados. Bajo cada una de estas carpas se hacinan hasta 200 personas, donde malviven durante meses. La escasez de espacio es tal que les obliga a dormir por turnos: las mujeres y niños descansan por las noches, los hombres durante el día. Foto: Mirno Pasquali/MSF.
Expulsados por un conflicto cocinado a fuego lento y en silencio, y con el recuerdo aún vivo de la violencia étnica que estalló hace pocos años en Burundi, escapan hasta Tanzania buscando un refugio. Llegan hambrientos, con signos de violaciones y palizas, buscando un lugar donde poder vivir y algo de agua para beber. Foto: Mirno Pasquali/MSF.

“Comencé trabajando en Nyarugusu, una “ciudad” de refugiados que acoge a 60.000 congoleños. En menos de un año, con la llegada de 80.000 burundeses, la población del campo se ha visto incrementada en un 133%. Mi trabajo consistía en hacerme cargo de la parte logística del proyecto y de la mejora de los sistemas de agua, saneamiento e higiene, pero en los últimos meses también pasé a ocuparme de otra tarea mucho menos tangible y más difícil de explicar con una sola frase: tratar de entender cuáles son las dinámicas del campo, qué es lo que está pasando y cuáles son las relaciones que se establecen entre unos y otros”, dice el trabajador de MSF. Foto: Mirno Pasquali/MSF.






Las autoridades les recomendaron evitar esta zona, pero cuando el hacinamiento aprieta, cualquier espacio vacío sirve. Miles de personas cogieron entonces sitio en la planicie aluvial, donde se acumula el agua cada vez que llueve. Cuando comenzó la temporada de lluvias, los refugios se inundaron y las letrinas desbordaron, mientras el viento se llevaba por delante los techos. Foto: Mirno Pasquali/MSF.


Los estándares humanitarios determinan que más de 90 personas no pueden vivir en el mismo espacio durante más de cinco días. En este precario refugio de Nyarugusu, sin embargo, viven más de 200. Algunas de ellas llevan allí desde hace más de cinco meses. Foto: Mirno Pasquali/MSF.




Numerosos residentes cuelgan piedras o trozos de madera de los techos de los refugios para que aguanten el viento de las tormentas. Pequeñas soluciones para tratar de resolver los problemas más básicos de su vida allí. Ante otros, sin embargo, apenas pueden hacer nada. Como ocurre con la escasez de agua, que ni siquiera alcanza las dosis más básicas, o la falta de leña, cuyo reparto no llega para todo el mundo. Como recogerla es ilegal, la lucha para obtener algunos trozos –para poder cocinar– se ha vuelto una lucha constante. Foto: Mirno Pasquali/MSF.




Tras las inundaciones, muchos se trasladaron a tiendas de campaña y refugios de carácter temporal construidos a partir de láminas de plástico. Meses más tarde, la comunidad de refugiados no quiere ni puede esperar a que terminen los planes de construcción y recolocación terminen. Cargados con hachas y azadas, convirtieron las laderas boscosas en campos de maíz y crearon nuevos caminos que llegan hasta los nuevos barrios. Foto: Mirno Pasquali/MSF.




Una mujer burundesa espera desde muy temprano sentada a que llegue el punto de distribución de agua de MSF. Mientras los burundeses tratan de ir construyendo sus vidas fuera de su país, nuevos avances llegan cada poco tiempo a la improvisada ciudad: un día cualquiera, unos altavoces aparecieron de la nada, llenando el campamento de una música congoleña muy adictiva. Poco a poco, los sastres instalaron las máquinas de coser que traían desde la frontera y comenzaron a hacer ropa de nuevo. Incluso los niños comenzaron desde muy pronto a mostrar su astucia: tallaron bicicletas de madera y ataron cuerdas alrededor de bolsas de plástico para crear balones de fútbol. Mirno Pasquali/MSF.




“¿Nos mudaremos a otro lugar antes de la inundación?”, “¿Puede mi esposa vivir conmigo?”, “¿Tengo que decirle a Acnur que voy a volver a Burundi o me voy a ir así, sin avisarles?”. En el campo, todo son preguntas. La delegación de responsabilidades ha hecho que todas estas dudas se hayan convertido en un acertijo imposible de protocolos. Foto: Mirno Pasquali/MSF.


Tras meses viviendo en condiciones caóticas, los refugiados de Burundi en el campamento de Nyarugusu cultivan cualquier espacio de tierra disponible. Son gente de costumbres, incluso en situaciones extremas. Pese a todo lo que han vivido, ellos continúan bailando, discutiendo, rezando, bromeando, riendo y quejándose. Siempre luchando. Y aunque el contexto no cambie, o incluso empeore, aquí nadie se rinde. Foto: Mirno Pasquali/MSF.