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El otoño negro de Angela Merkel, la ’emperatriz de Europa’

21 Agosto 2016

Sólo un 47% de ciudadanos aprueba la gestión de Merkel, cuyo poder hace aguas por una política migratoria que ha polarizado a los alemanes

Hay un episodio en la biografía de Angela Merkel al que se alude con frecuencia cuando se intenta calibrar su capacidad y valentía en la toma de decisiones. En una de las clases de natación a las que asistía siendo adolescente se le pidió saltar a la piscina desde un trampolín situado a tres metros de altura. Se pasó la hora dudando. Al terminar la clase, cuando se sintió lista, subió a la plataforma y saltó. No era osada pero tampoco cobarde.Ese comportamiento ha sido una constante en la carrera política que Merkel -nacida Angela Dorothea Kasner el 17 de julio de 1954 en Hamburgo y crecida en la extinta República Democrática de Alemania (RDA)- ha forjado desde su ingreso como diputada en el primer Parlamento de la Alemania unificada (en octubre de 1990) hasta convertirse, según la revista Forbes, en la mujer más poderosa del mundo. Porque si algo queda de la transformación que ha experimentado la tímida chica de la RDA descubierta por Helmut Kohl, su mentor político y al que luego apartó de la jefatura de la Unión Cristianodemócrata (CDU) en una asonada de guante blanco, es su negativa a que le marquen los tiempos y su temple a la hora de tomar decisiones valientes.Merkel ha concluido sus vacaciones estivales, que interrumpió tras los ataques yihadistas en las ciudades de Würtzburg y Ansbach. Regresa al trabajo como se fue, pagando un alto precio en popularidad por la mayor osadía que ha cometido como gobernante. Sólo el 47% de los alemanes está satisfecho con la canciller, el segundo peor resultado de una legislatura que arrancó con más del 70% de apoyo popular. Merkel cae de esta manera a la sexta posición en la relación de políticos mejor valorados, que vuelve a encabezar el titular de Asuntos Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, con el 71%. Tres manifestaciones se han celebrado en lo que va de año reclamando la dimisión de Merkel por una política migratoria que ha polarizado a la sociedad alemana. Parte de la prensa le ha retirado el favor por su gestión de la crisis. En los cenáculos berlineses se especula abiertamente con su dimisión. Merkel no sólo no piensa en dimitir sino que sigue atrincherada en su mantra de “Nosotros lo lograremos” (integrar a los refugiados) con el mismo fervor y fidelidad que profesa a su vestuario, pantalón negro y chaqueta que sólo varía en el numero de botones y color.Las fisuras que muestran las encuestas en la armadura de la Dama de hierro alemana comenzaron como simples rasguños el verano pasado, cuando Merkel, mujer fría y calculadora, siguió un impulso emanado de sus profundas creencias religiosas y decidió abrir por “humanidad cristiana” -en su caso protestante- las puertas del país a los refugiados que se agolpaban en las fronteras de Turquía y Grecia huyendo de la guerra en Siria. Sólo en 2015 el país acogió a más de 1,1 millones de personas, el movimiento migratorio más importante desde la II Guerra Mundial.La solidaridad de Merkel, más alabada que emulada por otros países del entorno, provocó en el país un caos logístico y administrativo de primer orden, una crisis que la formación populista de derechas Alternativa para Alemania (AfD) convirtió en una ubre de la que extraer rédito político. La ola de robos y agresiones sexuales a mujeres que tuvo lugar la pasada Nochevieja en Colonia, atribuidas a norteafricanos y demandantes de asilo, llenaron las cántaras de patriotismo rancio y xenofobia. Las manifestaciones contra los inmigrantes que movimientos afines como Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) convocaban en ciudades como Dresde y Leipzig se tornaron multitudinarias. La AfD engordó con ese maná.Merkel volvió a ser Merkel y se limitó a tomar nota. Mantuvo su política de “bienvenidos refugiados” a sabiendas de que el Partido Socialdemócrata (SPD), socios de la coalición de Gobierno, y la oposición parlamentaria de Los Verdes y La Izquierda, respaldarían una decisión humanitaria, como así ha sido. Merkel se ha hecho con todo el espectro político. Reina en todos los flancos.La rebelión contra Merkel se fraguó en las filas conservadoras, aunque el propósito de la misma no era cuestionar a la canciller como líder, sino hacer de oposición soterrada e impedir un trasvase de votantes a la AfD. El primero en lanzar la piedra fue el primer ministro bávaro, Horst Seehofer, líder de la Unión Socialcristiana (CSU). Le siguieron otros barones de la CDU, pero la revuelta ha quedado en conato y todos han enfundado disciplinadamente las espadas ante las elecciones regionales que se celebrarán el mes próximo en Berlín y Mecklemburgo-Antepomerania. El revés que las encuestas auguran a la CDU en esos estados federados alteraría, de confirmarse, la correlación de fuerzas en el Bundesrat (Cámara Alta), lo que dificultará a Merkel la elección del sucesor en la jefatura del Estado de Joachim Gauk, cuyo mandato termina en febrero. A corto plazo podría incluso afectar a su propia reelección como jefa de la CDU. El partido celebra en diciembre un congreso para aprobar el programa para las legislativas del año próximo y renovar la cúpula. Merkel acude sin rival a la reelección, pero su desgaste y previsto batacazo electoral de la CDU en septiembre no le garantizan que sea por aclamación. Tampoco ella ha garantizado a sus correligionarios que vaya a repetir como cabeza de lista en las generales. Merkel, dueña de sus tiempos, mantiene su futuro en el aire. “Lo que sea necesario decidir se decidirá en el momento necesario”, ha declarado recientemente a la televisión ZFD.Los tiempos sin embargo han cambiado. Merkel se ha convertido en la antítesis de lo que hoy se entiende como líder carismático. Su cercanía al pueblo se limita a contadas apariciones en el supermercado cercano a su domicilio, su proyecto ya no es innovador ni excitante. Y su visión de futuro parece ir a remolque de los acontecimientos. Dictó el abandono de la energía nuclear como reacción al accidente de Fukushima, creó un problema nacional con los refugiados cuya solución trasladó a la Unión Europea y sólo tras confirmarse un aumento del desempleo por el flujo migratorio ha convocado a los grandes consorcios para pedirles un esfuerzo en la contratación.La biografía de Merkel, con tres legislaturas a cuestas, muestra a una niña cuya principal travesura fue subirse a un árbol y rasgarse el vestido; a una licenciada en Física casada en segundas nupcias con un profesor de Química apodado el fantasma de la ópera porque sólo se le ve cuando va al teatro, a una trabajadora infatigable sin fines de semana libres para cocinar su sopa de patatas o el pastel favorito de su marido, a una mujer recatada cuyo único escándalo conocido es haberse atrevido a mostrar su feminidad en una cena de gala con un escote de vértigo. Y una política de raza, inteligente, escurridiza, estratega, astuta y probada garante de lo que más importa al pragmático votante alemán, el bolsillo. Y nada indica que la locomotora alemana vaya a descarrilar. Merkel saltará del trampolín de la política cuando ella lo decida. O si una ola de atentados que incrimine directamente a los refugiados a los que ha dado cobijo se produce y la empuja.