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Colombia: Crónicas a un año de la detención de ‘Lxs 13’

por Sergio Segura, Redacción ProMosaik América Latina, 12-7-2016

“Abra rápido o le tumbo la puerta, granhijueputa”, fue lo primero que escuché el 8 de julio de 2015 cuando apenas se asomaba la luz del día. Empezaron los sentimientos que acompañaron 13 universos paralelos desde ese mismo instante: miedo, rabia e impotencia. Un día cualquiera para la crónica roja, un día que no se podrá borrar para ‘Lxs 13’, nuestras familias y para el movimiento social colombiano que una vez más enfrenta un montaje judicial.
Estoy confeso

Tenía francotiradores en el puente contiguo a mi casa, yo mismo les abrí la puerta, siguieron derecho buscando al terrorista, entonces les dije que era yo, que los otros dos eran abogados, era un día para hacer chistes malos desde temprano pero ellos lo dañaron todo. No me dejaron llamar a nadie como uno ve en las películas de Hollywood donde los policías respetan los derechos humanos. A Félix lo arrodillaron en una plaza pública mientras trabajaba con niños y lo subieron a un helicóptero, su mamá tuvo que soportar que se sentaran en su comedor a tomar gaseosa. Se robaron unos ahorros familiares de Luis Daniel. A David Camilo lo arrastraron por el piso y subieron el video a internet, Lorena sale comiendo en una pollería donde “se alimentan los terroristas” y a Paola le contrataron el peor realizador de retratos que pudieron.

En mi expediente reporta que tengo el pelo liso y chivera, que trabajaba en un Ministerio y que se observaba un desorden generalizado en mi habitación. Quizás todas las imprecisiones se deban a que lo más contundente que encontré sea la siguiente frase reveladora de la rigurosidad de la inteligencia: “hasta el momento y en las diferentes vigilancias no se ha podido observar a esta persona”.

Me retumbaba una canción en la sien mientras el fiscal, a partir de una mediocre investigación, repetía argumentos infantiles para convencer a la juez de que somos unos detonadores seriales de bombas, amedrentadores de celadores indefensos y de ser capaces hasta de inmolarnos en los juzgados para evadir la justicia. 

“(…) no voy a defender mi integridad ni mi inocencia, usted ya decidió que soy culpable mucho antes de mi audiencia, no vengo a mostrar evidencia, tampoco a aclarar que hablar mi lengua no es señal de ninguna demencia (…) no explicaré mi resistencia, y no diré quién fue que echó a correr el ciclo de violencia, yo estoy acá si usted quisiera conversar, pero no vine a suplicar migajas de sobrevivencia, llévese su paz de motosierra y quédese con su antifaz de honestidad y su arsenal de guerra, cierre sus ojos ante la historia (…)”

La juez miraba revistas de viaje y chateaba con su celular, o quizás convocaba una marcha de la rama judicial como se ve en su Twitter, ella sí tiene derecho a protestar. Mi abogado intentaba convencerla de que estaba cometiendo un grave error, que encarcelar a las 13 personas que estábamos siendo señalados por los medios masivos de comunicación, intimidados por el Gobierno Nacional y humillados por la Policía, era una injusticia.

“Hoy he vivido algo que nunca antes. He visto el sol nacer y morir por las ventanas que la anteceden (Sra. Juez). Y hoy tengo la profunda angustia existencial de que las personas que tengo a mi diestra, personas queridas que he podido conocer y que hoy tengo el privilegio de representar judicialmente, no vayan a tener tan básico privilegio, ese de ver al sol nacer y morir. Siendo las 8:00 pm., han pasado 23 horas desde que llegamos aquí para asumir la defensa técnica y yo le pregunto Su Señoría, qué garantías para el derecho a la defensa suponen estos cuerpos trajinados y seguramente malolientes, estos medios cuerpos sólo compensados por nuestro espíritu fortalecido por estos rostros, que hemos visto llorar y reír, y que siguen con la frente en alto.

De manera que no se podrá decir aquí que hemos intentado evadir la justicia, dilatarla, para buscar un vencimiento de términos.”

Pero como la juez Irma Francisca Cifuentes Prieto (o Troncha Toro como le decíamos de cariño) no come de poemas sino de cárcel, dio vía libre para que se cometieran todas las irregularidades técnicas y jurídicas que hubo desde el 8 al 31 de julio, semanas donde se desarrollaron extensas audiencias.

A lo largo de los casi dos meses y medio que estuvimos secuestrados por el Estado, se vivieron momentos que permanecerán en el tiempo, que se incrustaron en mi memoria y subsistirán para siempre. Hablar con guerrilleros, policías y paramilitares, analizar la similitud de la mayoría de sus relatos que oscilan entre la necesidad de sobrevivir y el engrane a los sistemas de violencia impuestos en el país por la clase dominante, haber jugado microfútbol en un terreno reducido (equipos de dos personas) donde un patrullero que realizaba paseos millonarios a extranjeros fue mi compañero de equipo por sorteo (fuimos subcampeones), que Víctor le leyera crónicas carcelarias del libro del profesor Miguel Ángel Beltrán (que continúa preso injustamente) a un sujeto curioso quien gozaba concentrado de las narrativas que empezábamos a palpar en carne propia, observar la creatividad y recursividad de los presos para ocupar el tiempo, ver a Luis Daniel escribiéndole cartas al hijo que aún no nacía, entre otros cientos de instantes que cualquier preso podría testimoniar, historias diarias de lugares donde sobresale la amargura, la tensión, la soledad y la zozobra.

Por fortuna, mientras las audiencias se hacían eternas, movíamos los pies y las cabezas al compás de las canciones que nos cantaban desde los plantones, momentos de alegría que nos exigía no desfallecer. Se rayaron los estrados judiciales, se le exigió seriedad a los medios amarillistas, se cantaron arengas, se le quitó un celular a un policía que enviaba información por whatsapp desde las audiencias. De uno u otro modo nos gozamos el rato, ya no había más que perder. ´Lxs 13´ no aceptamos cargos, nos declaramos inocentes. Ningún medio de comunicación o representante de la rama ejecutiva se retractó, corrigió, o se volvió a referir a las afirmaciones realizadas frente a las explosiones del 2 de julio en Bogotá y nuestra demostrada no vinculación. Además de esto, el director general de la Policía Rodolfo Palomino, quien violó nuestra presunción de inocencia y la labor de los abogados, salió por la puerta de atrás de la institución, investigado por posibles vínculos a una red de trata de personas que existe dentro de institución que comandaba.

En lo más hondo

Como no les basta afectar una organización social, como no es suficiente romper tejidos sociales, tienen que llegar a los más bajo, tienen que darnos en lo más hondo.

Y lo más hondo es tocar a la familia. Policías de civil permanentemente frente a las casas de nuestros familiares, constantes hostigamientos con celulares y cámaras fotográficas en horas de la madrugada, seguimientos a los trayectos que hacían militantes del Congreso de los Pueblos para llegar a las audiencias. Incluso hay recientes amenazas al movimiento estudiantil que estuvo participando activamente en las denuncias. Esas estrategias de inteligencia, de desgaste, de miedo, no tienen nada que envidiarle a las utilizadas en dictaduras fascistas. Todavía siguen rondando las camionetas sin placa, las infiltraciones policiales en eventos sociales, políticos y académicos.

Si hubo algo que me marcó la vida para tomar decisiones, además de un par de libros, fue sentir el dolor de las familias que lloraban a sus hijos e hijas. La muerte de Nicolás Neira el 1 de mayo de 2005 significa la resistencia de una generación que se negó a aceptar este modelo absurdo de vida que ofrece el neoliberalismo con su violencia paraestatal. Nicolás tenía 15 años, yo 17 para entonces, era una de mis primeras marchas y la represión que vi fue tan brutal que crecí con esas imágenes que deberían indignarnos mucho más para que nunca más se repitan. Ese día nacieron mil con los sueños libertarios de Nicolás.

No tiene sentido que la Fiscalía de Santos, presidente al que le voté por aquel tema de la paz al que no me voy a referir, insista en tantas oportunidades para regresarnos a la cárcel, para así encerrarnos por más de 30 años como lo pide con radicalidad el fiscal Henry Rodríguez Castrillón, quien nos sedujo para aceptar un preacuerdo y así él poder dar el positivo, recibir un ascenso y tal vez irse unas semanas a una playa de Miami de vacaciones mientras estos constructores de paz efectiva pierden las ilusiones de un futuro sin guerra. La tercera es la vencida, nos vemos en agosto.

Siempre aprendiendo

Los centros de detención y las cárceles operan tal cual funciona la sociedad colombiana: mandan los paramilitares, todo se maneja bajo la ley del más fuerte y el “todo se paga”, la policía ingresa la droga, se extorsiona desde adentro, se amenaza y se amedrenta al débil o al sospechoso. Llegados a la Unidad de Reacción Inmediata -URI-, a cuatro nos ubicaron en la celda de violadores y policías corruptos, el resto estaban en la celda donde en su mayoría eran presos sociales y consumidores de bazuco. En la de nosotros obviamente mandaban los policías corruptos y en la otra uno de los ex jefes del Bronx. No había alternativa diferente a asumir sus reglas para no resultar “chatarrizado” (apuñalado) como advierten apenas se cruza la reja por primera vez. La mayoría permanecían armados, saben que la vida se puede perder en cualquier parpadeo y toman todas las precauciones para defenderse o para demostrar fuerza. Allí me di cuenta más de cerca de realidades que me interpelaron en la niñez y la adolescencia, cuando pude haber girado para el camino que me mostraba la dinámica del barrio. Una nueva experiencia para ratificar que la delincuencia es ocasionada por el sistema capitalista, que la violencia en Colombia no es capricho de vándalos sino azares que los poderosos han impuesto a nuestros pueblos; en los días que permanecí privado de la libertad nunca vi políticos, terratenientes o grandes empresarios presos, verdaderos responsables de la violencia y la delincuencia.

Los centros de reclusión están llenos de analfabetos, porque es a los pobres a quienes encarcelan. De cierto modo éramos privilegiados por haber ido a la universidad, y sentí orgullo por mis compañeros que generaban mayor empatía a través de sus conocimientos y por su facilidad para tener conversaciones en un lugar en el que no queda otra alternativa que convivir. “Los primeros tres años son duros, ya después uno se acostumbra”; no quise creerle una sola palabra, que por más sentido que tuviera era imposible de aceptar como una bienvenida. Era su tercera vez en prisión.

El penúltimo artículo que escribí antes del 8 de julio, curiosamente, fue sobre lo que ocurre en los centros de detención temporal. Alguna vez pasé la noche en la Unidad Permanente de Justicia -UPJ-, por no tener los 20.000 pesos para el soborno habitual con el que se compra la voluntad de un policía y así salvarse de 24 horas en un lugar con olor a estiércol, palomas mutantes, bolillazos, decadencia social e institucional, mientras las estadísticas presentan resultados en seguridad. Ahora me encontraba en la Unidad de Respuesta Inmediata -URI-, de la que hablaba el artículo. Informaba que tenían esposados a la reja de un parque a 90 personas que no cabían en un lugar con el 255% de hacinamiento. Ya estando adentro, conocimos que algunos detenidos presentaron tutelas para que no le hicieran bajar la ropa interior a las mujeres que ingresaban el día de las visitas, ya que las fuerzas de seguridad del Estado cuentan con indumentaria y tecnología para que dicha humillación fuese innecesaria. Se ganó esa tutela y otra para descongestionar la URI, lugar temporal que para muchos presos se convierte en permanente cuando no le definen su situación jurídica.

Siempre estuvimos “custodiados” por el Escuadrón Móvil Anti Disturbios -ESMAD-, cuerpos élite antiexplosivos y varias veces infiltraron militares que se hacían pasar por presos, los policías corruptos nos alertaban para que no habláramos de nada que pudiera perjudicarnos. Por primera vez llevaron perros antiexplosivos, claramente nunca llevarían perros antinarcóticos. También vi skinheads neonazis permanentemente, le colaboran a la policía en tareas de inteligencia. En las audiencias estuvieron presentes los policías que se hacen pasar por estudiantes en las universidades públicas, mientras van armando carpetas de líderes estudiantiles para futuros golpes de diferente índole y así acallar el pensamiento crítico y la organización social y popular. Para entonces, se dedicaron a perseguir a nuestros abogados, a nuestras familias y a registrar sin ningún reparo los rostros de quien se acercara a las audiencias y plantones solidarios. Fue el día a día de tres semanas de audiencia: condena mediática, seguimientos ilegales, persecución política.

Luego de los primeros días de no dormir e intentar asumir con dignidad y altura esa nueva vida, anunciaron que no habría más visitas de niños porque nuestra gente podría utilizarlos de rehenes para liberarnos. A la policía no le sirvió generar rumores para poner a los demás detenidos en contra nuestra. Las visitas eran los domingos, encuentros de 20 minutos, con las manos amarradas y un peto a rayas. Solo se puede ingresar una persona a esa parte del parqueadero que la rodeaba una cinta de “peligro”. Aun así, el Congreso de los Pueblos siempre estuvo alentando con consignas desde afuera, las familias no solo llevaban comida hecha en casa (que luego teníamos que compartir por la cantidad y variedad exquisita de sazones) sino que se cargaban para todo lado sus camisetas y pancartas pidiendo nuestra libertad. Nunca nos faltó ropa, papel y lápiz, libros o amor.

La Policía estaba cansada de ´Lxs 13´. Nunca respetamos su autoridad porque nos irrespetaron todo el tiempo, nos peleamos cada vez que tuvimos oportunidad, nos quitaron comida, libros, cartas, empezábamos a ser una carga para varios entes que se pisaban las mangueras. Cantidades exorbitantes de recursos públicos para trasladarnos a cada audiencia fue la mayor comedia de esos días: dos tanquetas blindadas ESMAD, policías de civil, motos, taxis con más policías sin uniforme, carros particulares, cordones permanentes de seguridad. Claro, todo eso solo sucedía cuando había prensa, tenían que demostrar que éramos peligrosos, que nos iban a rescatar por asalto, tenían que soportar el nuevo falso positivo judicial. Nos reímos mucho cuando un día se varó la tanqueta, hicimos chistes de todo tipo y los policías más jóvenes compartían nuestro humor. La mayoría no tenía el más mínimo interés razonable de ser un policía por convicción, el discurso del “no había más” fue repetitivo, sus superiores les prohibieron compartir palabras con nosotros.

Patio 6

Era viernes otra vez, repentinamente nos llamaron a una nueva audiencia de la que ni siquiera los abogados fueron notificados. Una maniobra para llevarnos a la cárcel con el menor ruido posible, por lo cual estuvimos tres días incomunicados. Tanto el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario -INPEC- como la Sección de Investigación Criminal -Sijin- vacilaron en dar información real. Pensamos que nos llevaban de nuevo a la URI, hasta que por un hueco de la tanqueta vimos que estábamos frente a la cárcel. Rezongamos desde adentro de la tanqueta.

Hubiera sido una buena noche para celebrar el año que cumplía con mi novia, o una buena noche para disfrutar el evento cósmico que estaba sucediendo solo por esa noche: la luna estaba azul. Me hubiera gustado verla con los dos ojos, la veía por el orificio por donde el ESMAD disparas sus balas que han matado a muchos colombianos y colombianas. Una noche para celebrar la vida la estaba viviendo dentro de un vehículo que representa el escuadrón de la muerte.

El jefe de seguridad del INPEC, molesto con Carranza (el sargento encargado de la URI de Engativá), le alegaba que por más terroristas que fuéramos, no podía violar nuestros derechos, y que además nunca recibían traslados de presos un viernes en la noche. El mayor Gutiérrez (care Barbie para nosotros) de la Sijin lo convenció minutos más tarde. Desde ese día ya no eran los policías malacarosos pero bonachones nuestros custodios, ahora se encargaba la rígida guardia del INPEC de nosotros en la cárcel La Modelo y de las tres mujeres en la cárcel El Buen Pastor donde vivieron su propia historia.

A partir de ese día estuvimos en el Patio 6, de alta seguridad, donde están los sindicados que el Estado considera más peligrosos o con posibilidades de fuga. Cuando entramos, el que nos recibió nos pedía darle las gracias por estar despierto a media noche para ubicarnos. Nos anunció las reglas: nada de barba, nada de perforaciones “a menos que tenga permiso por ser de la comunidad LGBT”, nada de cualquier cosa que nos recordara la libertad. Cuando llegamos a la cárcel todo el mundo sabía quiénes éramos por la ordinaria exposición mediática que tuvimos encima. En la cárcel se ve mucha televisión. Apenas llegamos, unos presos con dificultades psiquiátricas nos querían robar, querían romper un vidrio blindado (con varios disparos de metralleta como recuerdo) de un calabozo donde se encontraban con tal de salir y revolcar nuestras bolsas. Otros presos no lo permitieron, nos encerraron en una celda, quitaron la luz del piso, solo sonaban golpes. Luego llegó la guardia y les echó gas pimienta. Una bienvenida magistral.

El pabellonero (el que manda) del patio era un paramilitar, de Los Urabeños para este caso, una persona humilde que nos trató bien la mayoría de las veces, que decidió desde muy temprana edad vivir de los negocios y la guerra. También tuvimos partidos de fútbol para la memoria. No era un anticomunista o alguien que odiara a la guerrilla; bajo sus lógicas, solo se estaba ganando la vida. En el patio también había paramilitares de Los Rastrojos y narcos de diferente procedencia, farianos de distintos frentes, jefes de oficinas de sicariato y ladrones profesionales de hoteles. Incluso un Hare Krishna de la Sierra Nevada que traficaba cocaína dentro de frutas, que nos ayudó en el proceso de exigencia de una “dieta vegetariana” para dos de nosotros.

Tuvimos momentos complicados. Todo el mundo desconfía de todo el mundo, y más si llegan diez personas a ocupar un piso y se levantan temprano a hacer ejercicio y el resto del día se dedican a leer. Como somos camilistas y el camilismo es tan diverso, no pudimos ponernos de acuerdo en los temas que queríamos estudiar. Mientras eso pasaba, los plumas (la pandilla que hace lo que el que manda ordene) especulaban que nos estábamos preparando para tomarnos el patio. Desconfiaban de nosotros porque los allanamientos de la guardia penitenciaria a las celdas, que eran dos veces al mes, empezaron a ser más frecuentes. En una semana hubo cinco ocasiones de esas requisas sorpresa, incautando todas las veces cantidades importantes de drogas, puñales y dinero, en otras solo revolcaban las espumas donde dormíamos o nos mojaban los libros. Sin duda había un “sapo”; empezaron los señalamientos infundados, pensaban que podría ser alguno de nosotros. Luego “descubrieron al sapo” y, como era un fisiculturista sanandresano, lo agarraron entre cinco en una celda, lo desmayaron y le tumbaron cuatro dientes. Lo sacaron del tercer piso y lo mandaron para el cuarto, donde hay mesa de ping-pong y gente adinerada.

Nos volvimos una especie de redactores o secretarios, me convertí en experto en derechos de petición a mano. Gerson era el dibujante y John el instructor de ejercicios físicos. Mi otro hobby fue dormir, quería dormir todo lo posible para que se pasara el tiempo sin pensar en tantas adversidades que parecían no tener solución temprana. Aunque estuvieron presentes los periodos de desespero, prevalecieron los libros que lograban entrarnos las visitas (solo los hombres pueden ingresar libros, solo las mujeres pueden ingresar comida cocinada, en bolsas) en los que conseguíamos refugiarnos. También en la fuerza que, llegadas en forma de cartas, de visitas, de razones, de tambores, de poesías, de banderas, de canciones, de fotos solidarias de diferentes partes del mundo, mantuvieron nuestra moral relativamente sólida. Muchas gracias por eso, por darnos la posibilidad de contar con lo que la mayoría de presos no cuenta: familia, defensores de derechos humanos, abogados que ponen el pellejo y se mantienen firmes, audiencias repletas de viejas y nuevas amistades, ruido popular, denuncia social, medios alternativos de comunicación y campañas de libertad. Lastimosamente el daño ya está hecho y falta tiempo para repararlo, pero ustedes hicieron por nosotros y nosotras lo que nunca nadie va hacer por los que nos hicieron esto.

A Heiler le llevaron todas las temporadas de Games of Thrones, no podía estar más feliz, ya estaba cansado de perder siempre en el ajedrez. Solo había un televisor y un DVD para todo el piso, por suerte otros presos se engancharon con la serie y me pude repetir las cinco temporadas.

Tres personas tuvimos experiencias sobrenaturales en la celda, pasaron cosas extrañas sin explicación lógica. Luego nos contaron que en esa celda “asustaban”, la celda estaba llena de salmos de la biblia que había hecho un pastor evangélico quien estaba preso por violaciones en serie a niños. También que en ese piso estuvo el conocido capo “Popeye”, quien representa un mito para muchos por todo de lo que era capaz dentro y fuera de la prisión.

El 11 de septiembre es un día importante para el mundo, se recuerda el legado socialista de Salvador Allende y se abrazan a las víctimas de la dictadura de Pinochet en Chile. Pensando en eso, y en que nos vieran atractivos luego de varias semanas de encierro, aprovechamos una máquina de peluquear y algunos nos hicimos la cresta para la audiencia donde se apeló la decisión de medida preventiva en centro carcelario.

Fue la última vez que pisamos un juzgado, fue la última vez que tuvimos amarradas las manos. Un lindo día para festejar la rebeldía, un día para celebrar la libertad.

El 12 de septiembre, tras llevar un día estando presos luego de la decisión del juez de segunda instancia que ordenó nuestra libertad inmediata por haberse violado el debido proceso e irrespetado los argumentos de la defensa, nos declaramos en huelga de hambre. No hubo huelga de hambre como tal, salimos horas después, pero nunca se me olvidará que mientras regalábamos los libros, las cobijas y la ropa, algunos de los presos, incluyendo varios paramilitares, expresaron su solidaridad: “ustedes están peleando por lo suyo, si no los dejan salir rápido, dejamos de recibir comida también, y si se van, no los queremos volver a ver por acá”. Abrieron la puerta, nos hicieron una fila que estuvo plagada de abrazos sinceros y nos despedimos para nunca volver.

Yo también espero que puedan salir libres, que esas muestras pequeñas de solidaridad y convivencia entre pensamientos contrarios se reproduzcan para que cuando de verdad construyamos la paz, encontremos los caminos verdaderos de la reconciliación.

A la mayoría de los muchachos los conocí estando detenidos, pero ese día nos abrazamos como si fuéramos compañeros de toda la vida. Nos despedimos. Salimos libres casi a la media noche, salimos con los puños levantados. Ahí empieza una nueva historia.