General

El dinero o la vida

Gabriela Wiener, El Pais


En un lugar de Madrid se está
cociendo una economía paralela sustentada en canicas




Hace poco me enteré de que en un
lugar de Madrid se estaba cociendo una economía paralela sustentada
en canicas. 
Acudí a una de las reuniones convocadas, no como
periodista, sino como ciudadana interesada en sacar la cabeza por
encima del sistema productivo tradicional y con la esperanza de
insertarme en un circuito de intercambio más real. Con canicas. 

Y
por un momento imaginé a un montón de antisistemas con bolsas
repletas de bolitas de cristal y soñando con Utopía. 

Lo que me
encontré fue muy diferente. Y aleccionador. 

La reunión había
convocado a una gran variedad de nodos y colectivos que llevaban
meses trabajando en una herramienta de comercio justo que funcionaba
tambiénesto no lo dijo nadie, lo pensé yo– como una forma de
sabotaje cultural. Porque la “canica” no es un elemento material
ni una “moneda”. Si hubiera que definirla, la palabra sería más
bien “antimoneda”. 

Es una unidad de medida, un “saldo”, dicen
ellos, “que existe desde el momento en que personas o colectivos
aceptan libremente el intercambio”. 

No se crean que la cosa es
simple. 

Pero derrumbar un concepto como el de “dinero” nunca lo
es.



A diferencia de lo que algunos
pudieran pensar, el dinero no siempre fue un instrumento del
capitalismo o la usura. 

El intercambio de grano o de ganado, incluso
el de metales como el cobre o la plata, surgió como alternativa al
trueque, ya que este conllevaba una serie de dificultades prácticas:
la principal, la insalvable diferencia entre las necesidades de unos
y otros que hacía imposible el intercambio equitativo. 

De ahí que
surgiera la moneda como una unidad de valor que homogeneizara los
bienes que canjear. Un intercambio justo. Hagamos ahora una elipsis
hasta lo que sucede, por ejemplo, en la película El lobo de Wall
Street. O en los bolsillos de Rato. 

O en la caja B del partido de
gobierno. 

O en las cuentas de los agiotistas. O en las
indemnizaciones millonarias que se dan unos a costa de otros que no
tienen para llegar a fin de mes. 

El elemento que ha llevado de una
cosa a la otra se llama codicia. 

También podríamos decir que es la
abolición total de un instinto tan profundamente humano como el de
la solidaridad. La codicia ha convertido el trueque en
especulación,
el intercambio en lucro.
Pero de todo eso no se habla en la
reunión a la que asisto. Todo eso ya se sabe. 
Está internalizado. 

Hacemos un alto para tomar unos garbanzos y unas cervezas que se
distribuyen a precio libre –todavía en euros, la canica aún es
una parte mínima del intercambio diario que conocemos como economía
doméstica– y me pregunto por qué sería mejor el paso de la
moneda a la “antimoneda”. 

Entonces me explican que la canica no
solo es una unidad que mide el valor de las cosas, sino que busca
colectivizar el tiempo y el conocimiento. En este sistema yo podría
preparar potes de ají peruano y obtener canicas (me parecen bien
tres por pote) de parte de otro miembro de esta economía; con esas
canicas podría tomar lecciones de inglés que ofrece otro colega a
quien a su vez cedería un número determinado de mis canicas (me
parecen bien 10 por hora). 

Podría aprender y enseñar sin hacer
transacción monetaria alguna. 

Podría comer (pan, cerveza, pasta,
mermelada) al margen del Banco de España. 

Los movimientos de las
canicas que acumulo y cedo solo quedan registrados en la web de la
comunidad. Si solo consumiera en canicas, sería “consumidora”, y
si también ofreciera mis cosas, sería “prosumidora”. 

Termina la
reunión y me quedo con la sensación de que hay otros mundos, pero
están en este.