General

David Wapner: LA CANCION DEL ELEFANTE


Buenas tardes,

me gustaría presentarles un cuento para niños del autor David Wapner.

La semana pasada entrevistamos al autor acerca del régimen colonialista y militarista de Israel.
Adjunto encontrarán el enlace a la entrevista.

http://promosaik.blogspot.com.tr/2015/07/david-wapner-honest-and-real-picture-of.html  





Hemos preguntado a David de decir algo acerca de “La canción del
elefante”, un cuento pacifista. 
(del
libro “Algunos son animales”, Editorial Norma, Buenos Aires, 2002).

Es difícil para un autor
hablar de su propia obra, Buena parte de mi producción literaria son cuentos y
poemas en los cuales los animales juegan un papel importante. Los más
frecuentados son perros y gatos, pero también hay monos, aves (existentes o de
ficción), bueyes cafres, cocodrilos, entre muchos otros. Y elefantes, cómo no,
de los cuales, al menos he publicado tres, y que pueden leerse en mis libros
“La noche!” (1997) y “Algunos son animales”:(2002). A esta última colección,
cuyo nombre enuncia parte de su contenido, pertenece “La Canción del Elefante”,
que en su versión original fue escrito para una colección de minilibros que se
entregaban junto a la revista “Anteojito”. Respeto, admiro, amo, la figura del
elefante. La especie humana lo convirtió en una víctima de su ambición y
avaricia, y el representante africano de esta familia de enormes seres buenos y
sabios está siendo masacrada y su extinción es cuestión de años. A su hermano
asiático, de colmillos más cortos, le va mejor. Relativamente mejor. Aún así, y
al igual que los humanos, los elefantes son una sola raza, una única especie, a
la cual también perteneció el mamut. Elegí al hermano asiático, personificado
en el elefante Sanjay, para escribir un cuento anti-belicista. La relación entre dos amigos, uno elefante, el otro humano, unidos por la música y el trabajo, por el paisaje y el are que proporciona vida, vivencias tan opuestas a la guerra.
 

(Del
libro “Algunos son animales”, Editorial Norma, Buenos Aires, 2002)

Durante siglos, muchos ejércitos de Oriente han usado
elefantes en sus fuerzas militares. Es famoso que Haníbal, el general y
estratega cartaginés, cruzó los Alpes llevado consigo veinte elefantes con los
que pensaba sorprender y derrotar a los romanos. Siempre se dijo que los
elefantes de Haníbal eran africanos, y esto era de algún modo razonable puesto
que Cartago quedaba al norte de Africa. Pero, si miramos las monedas
cartaginesas de esa época, vemos a Haníbal montado sobre un inconfundible
elefante asiático: algo más pequeño, rechoncho, el lomo arqueado, las orejas
cortas. Es, en efecto, el elefante del Asia el que ha sido utilizado en las guerras
como si fuese un “tanque” de épocas antiguas. Pero estos enormes
animales, a veces se asustaban y enloquecían, poniendo en peligro a su jinete.
Y esto es lógico, porque a los elefantes no les gusta la guerra. Ellos
prefieren su vivir su vida de paquidermos en 
la selva o, si tienen que convivir con el hombre, trabajan junto a él y
son tan buenos compañeros como los perros o los caballos. Sanjay, por ejemplo,
es un elefante muy sensible a la música. Su amo, el joven Rajiv, ha asegurado a
quien quiera oírlo, que Sanjay en ocasiones canta e incluso ha llegado a crear
melodías propias. En general, casi nadie cree estas historias de Rajiv,
producto, en parte, del amor que profesa a Sanjay. Lo que sí algunos han podido
ver es a Rajiv ejecutando ragas en su citar, mientras Sanjay escucha a su lado,
moviendo cada tanto las orejas y —según pudo asegurar un observador digno de
crédito—, entrecerrando a veces los ojos. Dicen algunos que han podido hablar
con Rajiv, que este cree que cuando Sanjay oye la hipnótica música que sale de
su precioso instrumento, éste se transporta a los momentos felices de su
infancia, cuando vivía en el boscaje junto a su familia y su manada.
 

Dicen que dice Rajiv:

“—Cuando suena mi raga, el cuerpo de Sanjay se
hace liviano, tan leve como su espíritu y ambos se elevan y regresan al bosque,
en donde Sanjay vuelve a ser un niño, un pequeño elefante que recién aprende a
utilizar su trompa. Entonces Sanjay se vuelve a ver a sí mismo, marchando en el
centro del grupo, junto a los más jóvenes, flanqueados por los más grandes y
fuertes, que de este modo lo protegen. El jefe va adelante y los conduce hasta
la pradera, en donde todos irán a pastar y beber”.
Por las mañanas, Rajiv y Sanjay van a trabajar juntos.
El pueblo en que ambos viven, situado entre Benares y Patna, a orillas del
Ganges, existe un aserradero con un pequeño muelle, desde donde se embarcan
troncos de teca, árbol cuya madera sirve para construir embarcaciones. Hasta
allí concurren Rajiv y Sanjay, para participar de las tareas de estibaje.
Rajiv, con una vara, indica a Sanjay los movimientos que debe ejecutar,
“toma este tronco”,” levántalo”, “apílalo con los
otros en cubierta”. En realidad, estas órdenes que imparte Rajiv son puro
teatro a fin de impresionar a los demás; Sanjay sabe de memoria qué es lo que
debe hacer, conoce su trabajo tanto como el mejor de los obreros. Claro que
Sanjay tiene sus particularidades, no es un elefante común; eso hay que
aceptarlo. Cada diez troncos, se concede una pausa y hace una seña con su
trompa que Rajiv comprende a la perfección. Entonces, extrae una flauta de caña
y ejecuta una melodía sinuosa y bella que Sanjay escucha, si cabe la expresión,
con devoción. Siempre siguiendo los dichos del bueno de Rajiv, en estas
ocasiones Sanjay hasta derrama algunas lágrimas. Su explicación para ésto es
que su elefante “revive momentos de su juventud en los cuales comenzaba a
sentir casi el vigor de sus mayores y se animaba de este modo a derribar
algunos árboles. Por ejemplo, recuerda cierta vez en que la manada corría a
gran velocidad, huyendo de un  incendio
forestal, y derribando todo árbol que encontraban a su paso. El mismo, en esa
loca carrera, derribó diez. Luego, cuando el grupo se hubo serenado, Sanjay se
dio cuenta de que, a los dieciséis años, ya se sentía un elefante fuerte.”
Así cuenta Rajiv, y todos saben lo exagerado que es.
Pero no todo es fantasía en los dichos de Rajiv.
Un empleado de la compañía maderera, ha constatado que
el momento del baño de Sanjay es algo digno de verse y oir. Rajiv ha dispuesto
para tal efecto de un predio de tierra que es convertido en un lodazal para
permitir que Sanjay se revuelque allí a su gusto. Pero este baño, para que
pueda llevarse a cabo, debe estar acompañado del canto de Rajiv, al tiempo que
este arroja agua con baldes. Sanjay, en estas circunstancias, emite unos
alaridos de satisfacción, que para cualquiera serían eso, alaridos de elefante,
pero que Rajiv interpreta, totalmente convencido, como frases musicales. En
otras palabras, para Rajiv esto no es otra cosa que un canto de elefante, en el
cual Sanjay rememora los revolcones colectivos de su manada en los charcos y
barros de su niñez. “Recuerdan estas canciones —dice el imaginativo Rajiv—
aquellos alegre momentos en que su padre o su madre lo empujaban y el pequeño
Sanjay caía torpe y de bruces, al agua; o era empapado por las trompas
familiares, lo que le provocaba uno de sus momentos de mayor regocijo”.
Nadie cree mucho en las canciones de elefantes, pero
Rajiv insiste con esto y hace ingentes esfuerzos para demostrar que lo que dice
es verdad. Cuenta entonces una antigua historia, de la época de la batalla de
Panipat, en la que el Baber venció al sultán Ibrahim. Este poseía un ejército
montado sobre caballos, camellos y elefantes. A la altura de la cruz de los
paquidermos iba el jinete con su vara y su garfio, en tanto en el lomo estaba
instalaba la casilla desde donde disparaba el arquero. “Las circunstancias
parecían hasta el momento favorables a las huestes del sultán”, cuenta
Rajiv, como si recitase un poema. “Pero hete aquí —continua— que el
mismísimo elefante del sultán se empaca y no quiere avanzar. El jinete hace
ingentes esfuerzos pero no logra que su cabalgadura se mueva un centímetro más.
A los pocos instantes, los demás elefantes, al ver que su jefe no desea
continuar, lo imitan. Reina la confusión entre las tropas leales a Ibrahim, que
llegan a un desconcierto total cuando los elefantes, siguiendo a su líder… se
ponen a cantar. Comienza el elefante del sultán:
No nos gusta la guerra,
no nos gusta la guerra
Luego, todos juntos:
Nos gusta el agua
nos gusta la hierba
no nos gustan las armas
no nos gustan las flechas
Y repiten:
No nos gusta la guerra,
no nos gusta la guerra
“De este modo, el sultán fue derrotado y perdió
su trono. Ahora, con esta historia que yo conté, nadie puede negar que los
elefantes cantan, entonces, ¿por qué no habría de hacerlo mi Sanjay.”
Rajiv sonríe satisfecho y empuña ahora una tamboura, instrumento de una cuerda
con el cual acompaña un canto muy sentido. Sanjay acude a su lado y se
balancea, levantando apenas sus grandes patas. Esto sí que es cierto, muchos
han sido testigos, lo que no quiere decir que haya que creerle al pie de la
letra a Rajiv cuando dice que Sanjay danza “porque el canto con
acompañamiento de tamboura le trae remembranzas de aquellos días felices en que
sus blancos colmillos lucían en todo su esplendor. Sanjay imaginaba que cuando
fuese un elefante grande y venerable, bien podría convertirse en el jefe de su
tribu. Y ante cualquier peligro, el levantaría su trompa y expondría sus
magníficas defensas para amedrentar a cualquier posible enemigo. Ahora Sanjay
siente algo de pudor al verse con las puntas de sus colmillos limadas. Y yo
también siento alguna melancolía, entonces canto esta antigua canción, para que
Sanjay dance y se sienta bien”.
Peor, según Rajiv, el espíritu alegre de Sanjay se
muestra en su plenitud cuando Rajiv interpreta el tablas. Cuando éste percute
con sus manos sobre esta especie de tambor de cerámica, Sanjay da rienda suelta
a su histrionismo y es capaz de hacer toda suerte de piruetas, tal como se ha
visto hacer a otros congéneres que trabajan en los circos. “Nadie le ha
enseñado estas cosas a Sanjay —dice Rajiv—, el solo las ha aprendido desde
pequeño.” Y agrega: “Cuando mi padre me lo regaló, yo era también
niño y él apenas un cachorro de mil quinientos kilos de peso. Y ya, en aquel
entonces, le he visto realizar algunas gracias”. Quién oye esto que cuenta
Rajiv, no puede entonces de dejar de preguntarle lo siguiente:
—Pero Rajiv, si Sanjay era tan pequeño como dices
cuando tu padre te lo regaló, ¿cómo es, entonces, que recuerda su días de
infancia en la manada, su juventud, sus colmillos largos?
Rajiv, con una sonrisa y un gesto de sus manos,
responde.
—Porque tiene memoria de elefante.